El Gobierno municipal presenta este martes su proyecto para rehabilitar lo que fue la Casa de la Villa y la de Cisneros –sedes del Ayuntamiento de Madrid durante aproximadamente 500 años- y convertirlas en museo local, sede de los despachos de los cronistas de la Villa y otros usos institucionales. Aunque el Palacio de Correos es bellísimo, tal vez el más bonito de los edificios oficiales con que cuenta la capital, lo cierto es que el traslado del Gobierno municipal a Cibeles ha dejado muy desangelada la Casa de la Villa y su entorno.
No podía permitirse la pérdida de una plaza con tanto encanto como valor histórico y arquitectónico, un emplazamiento singular donde los haya y cargada de encanto. En ella están la Casa y Torre de los Lujanes, edificios del siglo XV que son posiblemente los más antiguos que ahora existen en Madrid. Todo el conjunto resulta de una belleza abrumadora, y es justo que se conserve no sólo en perfecto estado, sino con un uso que le garantice no caer en un inmerecido ostracismo.
Madrid, como villa, nació a las puertas de esa plaza; las primeras reuniones del concejo también se celebraron allí, y durante cinco siglos –se dice pronto-, aquel rincón ha sido sinónimo de municipalismo. Es una joya arquitectónica, que había quedado parecía que olvidada… salvo los días de pleno, que siguen celebrándose allí hasta que se construya el nuevo que ahora se está haciendo en el Palacio de Correos. Pero en esos días, profundizar por sus pasillos y recovecos daba un poco de grima, por el espectáculo de los despachos vacíos, con apenas unas hojas olvidadas encima de alguna mesa.
Hay que avanzar, progresar, modernizarse; entiendo y asumo que la evolución es parte de la vida. Pero la Casa de la Villa sigue siendo, y lo será por mucho tiempo, el alma de la capital. Hace falta algo más que una mano de pintura y muchos metros cuadrados para convertir una oficina en una institución. El tiempo deja un poso imborrable.