Gritos en el pleno
sábado 28 de febrero de 2009, 17:26h
Hacía mucho tiempo que no presenciaba ese espectáculo: una vecina liándose a gritos en pleno pleno –y valga la redundancia-, contra lo que consideraba una decisión injusta y una imposición de una mayoría de la que, obviamente, ella no participaba. El tema de la polémica era, en este caso, urbanístico: el desarrollo del convenio entre el Ayuntamiento y el Arzobispado que cambiará definitivamente el aspecto de la cornisa del Manzanares, la trasera de San Francisco el Grande, una de las perspectivas más bonitas de Madrid. Pero lo que me llamó la atención fue la extrañeza que me produjo el hecho: hace tanto tiempo que no vivía algo así…
Sólo unas décadas atrás, el pleno del Ayuntamiento era mucho más espontáneo, más callejero y urbano, más de a pie. Hubo un tiempo en que era costumbre –recogida en la norma- acabar cada sesión plenaria con un apartado de ruegos y preguntas, en el que desde la tribuna pública se alzaba algún vecino con su hojita de papel donde, cuidadosamente, había anotado palabra por palabra su reivindicación, su queja o su plegaria, de manera que los oídos de los munícipes al menos la escuchaban, independientemente del caso que luego le hicieran.
He vivido escenas curiosas en el pleno del Ayuntamiento madrileño: grupos de diferentes colectivos colocándose de repente camisetas conjuntadas y formando con sus dibujos palabras o frases de reivindicación; desplegar pancartas que no se sabe cómo habían entrado allí; lanzar gritos, proclamas, y hasta cánticos en alguna ocasión. He visto a los agentes municipales sacando por la fuerza a estas personas. Una vez incluso la cosa fue a la inversa, y en lugar de salir del salón de plenos –o, más bien, de su tribuna de invitados-, lo que había era un tropel de trabajadores municipales intentando entrar en tromba en la sala, lo que provocó el enorme susto de alguna concejal popular.
Ahora todo es mucho más … civilizado. Más frío y racional. Menos pueblo, más ilustrado. Al público se accede previa invitación y con mucho tiento; no es costumbre que haya una voz más alta que otra, e incluso cuando, como en el pasado, alguien se salta las normas, recibe una reprimenda distante del alcalde –“en esta sala nunca un grito va a tener el mismo valor que un argumento”-. El último día hubo incluso una pareja de funcionarios que, pancarta en mano, protestaron en silencio, y la pancarta fue recogida con mimo por un agente de paisano que, todo educación y buenas maneras, les prometió devolvérsela “a la salida”. Claro, los que protestan terminan marchándose del pleno por aburrimiento, con las orejas gachas y la sensación de haber hecho un poco el tonto. Que el Ayuntamiento ya no es lo que era, es una realidad más que constatable. Lo que está por ver es si tanta racionalidad ha sido para mejor.