¿Cómo hacer buen periodismo en medio de la tragedia?
¿Cuáles son los límites entre informar y especular?
¿En qué circunstancias el trabajo de la prensa pone en duda su propia actitud frente al dolor humano y la dignidad de las personas?
¿Cómo evitar que el producto informativo sea resultado de la prisa, el vértigo, el apuro y la obsesión por la primicia?
¿Pueden las fuentes oficiales aprovechar esa vorágine en su beneficio?
Parecerían demasiadas preguntas, pero todas son pertinentes después de la reciente tragedia aérea en Quito.
La primera lectura es básica, pero imprescindible a la hora de la autocrítica: con pocas excepciones, relevantes además, el periodismo nacional no está suficientemente preparado para convertir la cobertura de una catástrofe en un excelente producto noticioso que incluya una narración equilibrada, precisa, serena y detallada de los hechos, diversidad de voces, acceso a fuentes calificadas, respeto a las víctimas, exclusión de lugares comunes, verificación de datos antes de comunicarlos al público, contextualización, notas referenciales, seguimientos…
La segunda lectura es operativa: pese a que existen innumerables estudios sobre impactos de riesgo en el Ecuador, la mayoría de ciudadanos, incluidos los periodistas, no tenemos plena conciencia de la multiplicidad de peligros que acechan al país por catástrofes naturales, falta de acciones preventivas, negligencia, impasividad, conflictos políticos, inestabilidades económicas…
En lo elemental, se trata de una actitud y una disposición de ánimo propias del oficio, pero, en lo profundo, de una capacidad estratégica que permita diseñar y ejecutar proyectos de capacitación para que la prensa esté lista a cumplir su deber clave: ser útil, prestar servicios, guiar, educar, orientar y hacer pedagogía para que la población sepa qué hacer en momentos críticos y cómo moverse en cada uno de los probables escenarios.
La tercera lectura es más delicada porque tiene relación con la ética informativa, la subjetividad personal y la sensibilidad social: los periodistas no solo requerimos habilidades técnicas específicas (solvencia, seguridad, conocimiento) sino, también, fortaleza psicológica, capacidad de empatía con las víctimas y preparación humanista.
¿Qué se debe mostrar? ¿Qué se debe decir? ¿Quién debe opinar? ¿Dónde está la fuente adecuada?
Cubrir catástrofes es uno de los desafíos más complicados para el periodismo porque en medio de la perplejidad y el dolor, la sociedad hace el escrutinio, discierne, cuestiona, polemiza, exige, demanda, conmina….
Justo cuando el humo de la reciente tragedia empieza a disiparse, justo cuando llega la presunta quietud, es el momento de pensar cuán listos estamos para la siguiente conmoción.