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Una democracia real y vital

Una democracia real y vital

jueves 02 de abril de 2009, 18:27h

A pesar de todo lo que pueda decirse de la democracia actual nadie podrá negar su vitalidad

El proyecto nacional surgido a raíz de la caída de la última de las dictaduras venezolanas, la de Pérez Jiménez en 1958, tuvo como característica esencial lo que bien puede denominarse como el "ethos del consenso". Juan Carlos Rey definía dicho proyecto en los siguientes términos: "El sistema que fue instituido en Venezuela en 1958 tenía como objetivo central garantizar una democracia estable y viable, bajo un conjunto de reglas aceptadas por los principales factores políticos y sociales que permitiese que el nivel de conflicto fuese bajo y manejable, recompensándose así las acciones cooperativas y fortaleciendo los mecanismos de negociación, conciliación y transacción entre intereses divergentes" (Sobre la Democracia, 1979). Lo anterior resultó fundamental para garantizar el fortalecimiento de la democracia venezolana en su etapa inicial.

Sin esta capacidad para reconciliar intereses divergentes bajo el marco de la negociación permanente, hubiese resultado imposible remontar los múltiples obstáculos que nuestra democracia debió afrontar en sus años iníciales. Sin embargo, demasiado consenso tiende a implicar incapacidad para definir un sentido de propósito claro. Y en Venezuela la búsqueda permanente de la concertación significó precisamente eso. El medio tendió a constituirse en fin a expensas de un sentido de dirección. Más significativo aún, como es el caso de todo mecanismo político dirigido a paralizar la divergencia, éste sólo podía justificarse como una solución temporal. No obstante, el consenso fue asumido como un dogma político con vocación de permanencia, lo cual terminó distorsionando al juego político: la tensión dinámica presente en la sociedad fue mantenida bajo una camisa de fuerza. Los dos grandes pilares de la democracia son la representación y la participación.

El permanente acuerdo entre fuerzas políticas llamadas a expresar la diversidad de puntos de vista presentes en una sociedad, sólo puede alcanzarse mediante la sistemática manipulación del mandato popular y a través de la contención a la participación ciudadana. En otras palabras, el dogma consensual no sólo afectó la esencia de la representación sino que impidió el desarrollo natural de la participación. Lo anterior sólo podía alcanzarse a expensas de abortar el surgimiento de una cultura cívica. La esencia del proyecto nacional surgido en 1958 fue así el de una democracia sin espíritu democrático.

Ello resultaba tanto más inadmisible cuanto que Venezuela tenía tras de sí una larga tradición autoritaria. La mayor responsabilidad de los nuevos demócratas ha debido ser la de educar a los ciudadanos para la democracia, estimulando su sentido participativo y promoviendo un espíritu contralor que mantuviese a raya los excesos del poder establecido.

Se prefirió, sin embargo, una democracia procedimental de fuerte sustrato autoritario. El resultado de esa escogencia no pudo ser otro que el que fue: la apatía se instaló en la sociedad. Al inducirse a la pasividad colectiva, enmarcada dentro de un contexto paternalista y autoritario, se propició la indolencia y la pasividad ciudadanas. A pesar de todo lo que pueda decirse de la democracia actual nadie podrá negar su extraordinaria vitalidad, traducida en un espíritu permanentemente participativo y crítico.

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