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La profesión va por dentro

viernes 03 de abril de 2009, 09:17h
Para un periodista, no hay nada más duro que no ver el periódico del día siguiente saliendo de rotativas. Que, por alguna circunstancia, el sistema se caiga, la rotativa se estropee o el papel se rompa y el periódico no llegue al kiosco. Es algo que nos duele tan adentro que podemos sentir casi físicamente el crujido. Da igual las horas que uno lleve trabajando cuando ocurre el suceso de última hora y hay que rehacer de arriba abajo la edición; da igual los problemas que tengas en casa; y lo mal que te lleves con tu jefe: es algo que viene con el “chip” de periodista: el diario tiene que salir. Por eso somos tan reacios a las huelgas. Por eso nos cuesta tanto decidirnos. Y por eso tiene tanto valor cuando una redacción se planta.

Atravesamos momentos terribles en la profesión: los datos del Observatorio de la Asociación de la Prensa de Madrid presentados hace sólo unos días indican que, en los últimos diez meses, mil periodistas han perdido su puesto de trabajo sólo en Madrid. La sangría que soporta nuestra actividad es de las más graves que se recuerdan. El gremio está quedando diezmado de plumillas en activo, arrastrados por la crisis y por el silencio cómplice que las empresas periodísticas, en general, mantienen sobre el problema. Porque sus gestores saben que hoy es por ti y mañana por mí. Se acabaron  los tiempos de los grandes editores, que ligaban su nombre y su prestigio a una cabecera, y que perseguían, por encima del beneficio económico, el trabajo bien hecho y el orgullo de contribuir a la formación de eso que se llama la opinión pública. Ahora, las cuentas de resultados son las únicas referencias para direcciones iletradas que piensan que un medio de comunicación es lo mismo que una fábrica de gabardinas. Gente que no entiende, porque no lo han mamado, que la experiencia, las fuentes y el criterio no se suplen con nada, y sólo se consigue tras años de dedicación.

Mil periodistas menos en Madrid son mil voces menos explicando problemas, fiscalizando a los poderosos, denunciando irregularidades. Son mil preguntadores menos frente a los políticos de salón que prefieren las audiencias a los interlocutores. Mil testigos incómodos eliminados a golpe de ERE o de cierre. Lo que no saben los listos que diseñan estos planes es que un periodista no deja de serlo nunca; no se jubila, no se da de baja, no apostata de la profesión, aunque no le dejen ejercerla. Lo será siempre: nos enseñan a oler la noticia, a desarrollar antenas a nuestro paso; es un veneno para el que no existe antídoto. Así que mucho ojo: la procesión va por dentro, y la profesión también.
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