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Los implantes de silicona y la crisis

Los implantes de silicona y la crisis

viernes 03 de abril de 2009, 21:08h
Me consta que en la reunión del G-20 en Londres no se ha hablado de las operaciones de aumento de pecho. Ignoro por qué, ya que el sector de implantes de silicona ha sido de los más afectados por la crisis y su actividad ha caído este año un 50 por ciento.

Resulta que “esta especialidad hace tiempo que dejó de ser solo para artistas y gente vip”, según cuenta Carlos del Cacho, presidente de los cirujanos plásticos catalanes. Y explica que durante los últimos años él ha podido operar “gracias a los préstamos bancarios a personas que estaban en paro”.

Ahora, debido a la brusca restricción del crédito, sólo se hacen operaciones estéticas quienes pueden pagarlas. Claro que siempre habrá cirujanos que realicen una reducción de ojeras en su despacho, sin anestesia completa ni coste de enfermera instrumentista ni de quirófano. Allá ellos.

Pero en ese desmadre de gastos superfluos mantenido hasta ahora radica gran parte de la crisis económica española y no en las hipotecas sub prime, hedge funds y otros activos tóxicos de la terminología económica made in USA.

Cuando los modestos ciudadanos de un país se costean a crédito desde el aumento de sus senos hasta vacaciones a todo tren en las islas Seychelles y desde un televisor de plasma de 64 pulgadas hasta el amarre de un yate en un puerto deportivo, es que vivimos en una sociedad enferma que inevitablemente tiene que acabar en la UVI. Y ya lo ha hecho, una vez que se ha agravado repentinamente nuestra dolencia consumista merced al vencimiento de los plazos hipotecarios y al brutal incremento del paro.

En términos globales, las familias españolas han llegado a deber hasta el 85 por ciento del PIB, es decir, de todo lo que producimos. Si esto no es vivir a crédito, que venga Dios y lo vea. De ahí la actual retracción de la demanda interna, que dicen los economistas, del aumento forzado del ahorro individual ante el temor sobrevenido al futuro, del pavoroso déficit público, de la caída de precios y del frenazo de la actividad económica.

A riesgo de resultar agorero, permítanme un pequeño corolario a este malsano proceso: ya que hemos sido el país que más y mejor ha vivido, muy por encima de sus posibilidades, también seremos el país que tarde más en salir del agujero y lo haga peor y a un mayor coste.

Claro que, como en todas las crisis siempre hay alguna lección que aprender, a lo mejor nos damos cuenta de que en lo sucesivo vale la pena vivir de acuerdo con nuestras posibilidades y no estirar más el brazo que la manga ante el temor de quedarnos una vez más sin camisa.
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