Dolor, sufrimiento, sentimientos de culpa y la vida entera patas arriba: así se encuentran de la noche a la mañana las víctimas de abusos sexuales. Cuatro de ellas se sinceran con Madridiario.
A P. se le metió en la cama su tío, pensando que ella estaba borracha. Pero no tuvo suerte: ella reaccionó y le echó. Al día siguiente, no pudo sentarse a comer con la familia. Le dolía el estómago. Al poco, lo contó. Sus padres la creyeron, pero otros parientes le dieron la espalda. "Hay que perdonar", le dijeron. Pero ella lo que quería eran "consecuencias", así que le denunció. Varios años después, ganó el juicio. "Pagó los costes del pleito y me indemnizó con 300 euros, lo que marca la ley. Una miseria si tenemos en cuenta que a un amigo le propinaron un cabezazo y le dieron el doble. Al menos ahora tengo algo que me respalda", asegura.

Esa es su lucha: conseguir que las víctimas denuncien y que tanto ellas como los profesionales —psicólogos, abogados, asistentes sociales— se vuelquen para lograr que estos actos no queden impunes. Porque una sentencia condenatoria es, en palabras de R., "la luz al final del túnel". En su caso, la vislumbró tras un camino en la oscuridad de más de cuatro años, los que mediaron entre el suicidio de su hija mayor, de 17 años, y el juicio por los abusos que esta y su hermana habían sufrido a manos de su padrastro.
"Lo que a mi hija le rompió el corazón fue enterarse de que a su hermana pequeña, de seis años, estaba pasándole lo mismo", dice R. Y esta última todavía sufre secuelas psicológicas. "De la noche a la mañana, al poner la denuncia, nos vimos en la calle. Después mi hija mayor se arrojó a las vías del metro a los 17 años. Y la pequeña sigue en tratamiento psicológico: no consigue relacionarse con normalidad", añade.

Tanto ella como S., cuya historia es muy similar a la suya —su marido abusó de su hija y ésta intentó suicidarse—, sufren también sus propias secuelas. Ambas han logrado sentencias condenatorias para sus ex y aseguran que ya "no se fían de nadie" y que ven "abusadores en todas partes".
"No me extraña", añade B., que acaba de recurrir la sentencia dictada contra su ex marido. "Un día te levantas y te das cuenta de que llevas años durmiendo con alguien a quien no conoces. No haces más que preguntarte cómo ha podido suceder", añade, consternada, "y piensas en todos los días que te has ido de casa y lo has dejado solo con tus hijos".

Todas están de acuerdo en que las condenas que marca la ley para estos delitos son demasiado suaves. "Destrozan a las víctimas de por vida, rompen familias... Y encima, a veces, se van de rositas", dice B. Un mal informe psicológico, un abogado que se olvida de presentar documentación en plazo, una declaración poco preparada o incluso jueces que se ponen de parte de los acusados porque "no será para tanto" pueden dar al traste con una lucha de años para que se haga justicia. Por eso, estas víctimas recomiendan a cualquiera que pueda verse en esta situación que denuncie y que se pertreche con todas las pruebas, tanto psicológicas como de otra índole, que sea posible. Y aconsejan ponerse en manos de buenos profesionales. "Por lo que pueda pasar. La sentencia, al final, es lo único que te queda y que te permite cerrar ese capítulo de tu vida", concluye P.