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Una de piratas

domingo 12 de abril de 2009, 12:45h

Entre las novedades que ha traído consigo la remodelación de Gobierno anunciada en plena Semana Santa por el presidente Rodríguez Zapatero, está la llegada al Consejo de MInistros de Ángeles González-Sinde. Su fama y sus ideas en relación con la piratería en internet la preceden, y han puesto a la defensiva a asociaciones de usuarios que ven en el libre acceso a los contenidos que permite la red una vía inagotable para conocer a nuevas tendencias y nuevos creadores. De forma casi ilimitada y sin tener que rascarse el bolsillo. Vamos, el paraíso terrenal.

 Internet nos ha sorprendido a todos. Hace apenas diez años, una inmensa mayoría no sabíamos cómo utilizar esta herramienta, ni teníamos acceso a ella. Ahora, somos millones los que damos gracias a diario a San Google por existir, y no sabemos ni entendemos cómo hemos podido vivir tanto tiempo sin esta ventana por la que asomarse al mundo. Es, por decirlo de forma gráfica, como tener un billete de entrada a la biblioteca de Alejandría, o acceso al jardín donde crece el árbol de la ciencia, del bien y del mal, del que nos hablaban de pequeños. Cualquier duda, inseguridad o ignorancia sobre una cuestión queda resuelta, o al menos calmada, tras una consulta que se hace en cuestión de segundos.

Otro tanto ocurre con la música y el cine. Gracias a esta casa de múltiples ventanas, es posible asomarse y pedir, simplemente, aquello que nos apetece. Más sencillo que frotar la lámpara de Aladino, y sin el límite de tres deseos que imponía el cuento. Nunca se ha escuchado tanta música, de estilos tan variados, ni se ha visto tanto cine como ahora. Cualquier chaval con curiosidad puede bucear durante horas y descubrir grupos que de otro modo serían desconocidos, acercarse a estilos de los que desconocía hasta el nombre, conocer corrientes creativas que ni sospechaba que existieran. Y todo ello gratis: ¿puede haber algo más democrático, un sistema de acceso a la cultura más abierto y libre? No estoy a favor de quien hace negocio con el trabajo ajeno, y entiendo que los creadores deben recibir justa compensación por sus obras. Pero ¿deben ponerse límites a la curiosidad de toda la humanidad? Eso sería querer ponerle puertas al mar.

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