Alejandro Talavante eligió esta fecha de Resurrección para imprimir un impulso hacia arriba en su carrera y lo que ha hecho ha sido enterrarla... por ahora. Ya que el petardo le va a pasar factura inmediata en contratos y en honorarios. Es lo que tiene apostar fuerte... si se pierde, como le aconteció este domingo de Pasión.
Y pasión le faltó al coletudo, al que a partir del cuarto bicorne del encierro elegido de Núñez del Cuvillo -en conjunto bien presentado y noblón pero flojo, demasiado flojo para las exigencias de la afición venteña cuando se la intenta conquistar- se le vio vencido como en el poema de León Felipe. Y, lo que es peor, sin capacidad de reacción.
Porque un espada de valor como él, pero corto de repertorio, posiblemente debería haber escogido otro hierro más encastado -Victorino, Adolfo, Palha, Escolar, Cebada, etc.- para fundamentar sus labores sobre el derroche de testosterona y la quietud 'tomasista'. Pero no fue tal el caso y los 'cuvillos'ayudaron a que la tarde se fuera hundiendo en la vulgaridad.
Hay atenuantes, sí. Junto al aire y el frío climatológico -que quizás influyese en que la entrada al coso no superara los dos tercios de su aforo; ahí también perdió la batalla el extremeño-, al que a veces unió Talavante el suyo en mala mezcolanza con la tristeza, y esa falta de acometividad general de los bicornes. Pero sólo son atenuantes, porque él comenzó muy bien frente al primero con series por ambas manos de clasicismo y cierto regusto, y escuchó una fuerte ovación: la única.
Balance estadístico
Mas, sin embargo, a partir de ahí comenzó el precipio,con el resto de bureles de similar catadura, como indica el balance estadístico posterior: palmas, silencio, silencio, algunos pitos y pitos. Sólo esa serie con el que abrió plaza y algún detalle suelto con percal -en el quinto- y flámula -en el segundo- están en su haber.
En su debe, el resto de su desangeladas faenas y el mal uso general del estoque. En definitiva, que la moneda cayó de cruz sin que Talavante hiciera mucho para que cayese de cara y el gesto o la gesta le hacen perder muchos enteros profesionales, económicos y, lo que posiblemente sea peor, de estima por parte de la afición en general y de la del sanedrin sabio que es la de Madrid en particular.