Amparado por Los Veranos de la Villa, llega al teatro Infanta Isabel el montaje de “El mercader de Venecia”, dirigido por Denis Rafter. La nueva versión está firmada por Rafael Pérez Sierra. El ambicioso espectáculo ha sido encajado –encajonado más bien- en el pequeño escenario de esta sala, perdiendo brillo el bonito decorado y los magníficos trajes de Pedro Moreno.
No es habitual encontrar una compañía privada con catorce actores en escena y una muy cuidada producción. Son los méritos principales de esta versión, larga, muy larga. Porque la dirección, desde mi punto de vista, hace aguas desde la primera escena. Cuenta con actores habitualmente excelentes forzados a una tesitura a mitad de camino entre las revistas de La Latina y un mal Don Mendo.

En “El mercader de Venecia” hay tal cruce de acciones, tal carga política, tantos sentimientos encontrados que se necesita una profunda reflexión antes de llevarlo a escena. Por encima de todos los protagonistas esta el usurero “Shylock”, blanco de todos los escarnios y humillaciones. Sus parlamentos son bofetadas a la moral cristiana intolerante y racista. Por eso me sorprendió desagradablemente que su monólogo más famoso y el final del primer acto, densos y dramáticos, provocaran algunas carcajadas.
Más bochornosas son otras escenas planteadas con gruesos trazos de humor fácil. Los moros o el pretendiente aragonés son, sencillamente, ridículos.
Los actores cumplen con eficacia y profesionalidad, pero si no se les dan directrices claras, acaban perdidos en esta mezcla de géneros en que Rafter ha convertido “El mercader...” Cierto que la segunda parte gana en hondura, sobre todo porque situaciones como el juicio son difíciles de dinamitar. El público del estreno, es justo reseñarlo, ovacionó fuertemente a los artistas y antes del final había aplaudido algún mutis.
La producción, la compañía y el texto son totalmente solventes e, incluso, con una calidad apreciable. Deduzcan lo que falla. Se mantendrá en cartel hasta el 9 de agosto.