Todavía creemos, todavía soñamos con universidades. No con las que, como en las películas de Tim Burton, crean mecanismos de producción serial de abogados o ingenieros. Soñamos con universidades que se alimenten de conocimientos (en plural) y no de un pensamiento único, con esas que nos forman capaces de deconstruir las verdades que alguna vez aprendimos de nuestros propios profesores. Universidades que renuncien a ser tragamonedas o “tragabilletes” o “tragaesfuerzos” de mamás y papás a cambio de una cadena de materias que hay que pasar de la forma más rápida y con el menor esfuerzo a fin de llegar a tropezones a una defensa de tesis donde lo único sabroso es el platito que cocinó mamá para festejar la licenciatura. ¿Será demasiado pedir que las casas de estudio renuncien a ser fábricas de portadores de títulos universitarios?
Por las anteriores y por mil otras razones, volvemos a protestar contra la mercantilización de la educación privada universitaria y contra la estrechez de pensamiento que anida en varios de sus rincones de poder. A propósito de lo segundo, y para seguir soñando, podríamos pensar en la esperanza de una apertura de horizontes de quienes hoy tienen en manos la administración de los procesos académicos. Esta apertura se puede traducir en no conformarse con que los estudiantes acumulen nombres de docentes, lecturas no comprendidas y olvidadas para terminar redactando tesis que se niegan sistemáticamente a suprimir la coma que separa el sujeto del verbo porque así creen ser elegantes o tesis que en su reflexión no hacen sino morderse la cola durante cien páginas con margen amplio. La apertura puede traducirse en no renunciar a la formación que se base en el ejercicio de un verdadero pensamiento crítico como herramienta básica del conocimiento. Puede traducirse en la formación de universitarios que caigan en los brazos de la investigación y se dejen arrullar más por las interrogantes que por las certezas, más por la pluralidad que por la lectura del dueño de turno.
Para lograr lo anterior uno de los caminos es desencadenar los pasillos universitarios para que circulen entre sus docentes no sólo los de pensamiento “políticamente correcto” sino también los otros. Que los hombres grises de Michael Ende se crucen en la puerta y en el pensamiento con los académicos portadores de otras lógicas. Que las universidades abran las puertas a los indigenistas, a los liberales, a los de izquierda y de derecha, a los conservadores, a los postmodernos, a las mujeres. La docencia es para todos los colores de académicos que ejerzan su trabajo desde la solidez de su formación, con honestidad intelectual, con responsabilidad, con compromiso, con humildad y con un corazón que late.
Deseos atrevidos los que esta semana deseamos. Atrevidos porque tienen aroma, porque cargan postura. Lamentablemente los “perros guardianes” (en el tono de Bourdieu) de las aulas universitarias hacen todo menos dejar de olfatear los huequitos de las puertas. Así es difícil que en las universidades se pueda, como dice Julieta, mujer, anarquista, birlocha, lesbiana y feminista, hacer crecer margaritas del cemento. A los perros guardianes tampoco les gustan las margaritas.
* Doctora en comunicación