La prensa está jugando una función crucial en los países andinos: la de contrapeso al caudillismo populista.
Las peleas entre los presidentes y los medios se han vuelto una noticia muy frecuente en los países andinos. El fin de semana pasado, el turno fue para el ecuatoriano Rafael Correa, cuyo gobierno ha recibido fuertes críticas porque la Superintendencia de Telecomunicaciones abrió un segundo proceso administrativo contra el canal de televisión Teleamazonas.
Un mes atrás, Evo Morales se quejó ante la SIP por la supuesta hostilidad de la prensa de su país y abrió una dura controversia que tuvo como árbitro al presidente de la entidad, Enrique Santos. Y ni hablar de las arbitrariedades de Chávez en Venezuela: cerró un canal opositor, Radio Caracas Televisión; promovió una aberrante 'Ley de contenidos', más conocida como 'Ley Mordaza', y ahora tiene los ojos puestos en Globovisión, un canal crítico del Gobierno. En Colombia no ha ocurrido nada semejante pero para nadie es un secreto que, en la Casa de Nariño, Uribe y su círculo cercano detestan a los medios. Ya pelearon hasta con RCN.
La incomodidad de los presidentes caudillistas con la información independiente dice mucho sobre sus intenciones de centralizar el poder y controlar las voces disidentes. La prensa ha llenado, de alguna manera, el vacío de una oposición fuerte y legítima. Los Correas y Chávez han tenido más éxito en debilitar a sus contradictores políticos que en acallar a los medios, a pesar de que lo han intentado tanto con medidas brutales (el cierre de RCTV) o sutiles (la descalificación porque responden a intereses anti revolucionarios de la oligarquía económica).
La fiebre reeleccionista que recorre a América Latina tiene como corolario inevitable una inconveniente concentración del poder y un debilitamiento de los contrapesos que se necesitan para evitar su ejercicio arbitrario. Bajo ese panorama en el que la Justicia, los órganos de control y la organización electoral pierden autonomía frente a la Presidencia, los medios independientes se vuelven más importantes. Su tarea de 'perros guardianes' de la democracia frente al poder de la que tanto se habló en los años setenta, es hoy más necesaria que nunca.
En Colombia misma, donde el inocultable rencor del Gobierno hacia el periodismo no se ha desbordado en decisiones como las de Correa, Chávez y Evo Morales, la mayoría de los grandes procesos judiciales que afectan al poder han surgido de denuncias de los medios: la 'parapolítica', la 'yidispolítica', las chuzadas del DAS, los falsos positivos y la infiltración de la mafia en la Fiscalía de Medellín, entre otros.
La importancia de la labor de los medios en este cuarto de hora del caudillismo aumenta también sus niveles de exigencia. La fiscalización y la crítica no pueden confundirse con la militancia en la oposición (una falta en la que han caído algunos medios en Venezuela).
De hecho, la responsabilidad y el rigor obligan a que la conducta de la oposición también sea examinada con igual espíritu crítico. Y a que los periodistas se ganen la credibilidad de las audiencias a punta de seriedad y profesionalismo.
Lo cierto es que el caudillismo —en su peligrosa versión populista— se ha vuelto una amenaza para el periodismo.
Comparable, acaso, con el reto de los llamados 'nuevos medios' electrónicos que supuestamente está desafiando su supervivencia. Al fin y al cabo, la simbiosis entre libertad de prensa y democracia es tal, que el presidente Obama -¡qué diferencia con sus colegas andinos!- repite con frecuencia una elocuente frase de Thomas Jefferson: "(Si tuviera que escoger) preferiría tener periódicos y que no hubiera gobierno, a tener gobierno y que no hubiera periódicos". El presidente Uribe debería poner más atención a los discursos de Obama que a los consejos de José Obdulio.
*artículo tomado de Diariocrítico.com/Colombia