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Crítica teatral. - 1984: discurso teatral

viernes 25 de septiembre de 2009, 11:57h
El Centro Dramático Nacional ha programado una serie de espectáculos bajo el título “Una mirada al mundo”. Tim Robbins dirige el primero de ellos, la versión teatral –es un decir- de “1984”, la novela de George Orwell. Un buen trabajo al que nada tienen que envidiar muchas producciones españolas.
Un escenario gris, unos personajes vestidos de gris, una luz mortecina, un discurso sin apenas acción... un espectáculo gris. Y en demasiados momentos, aburrido. No se le puede negar a Robbins su coherencia política. El texto es absolutamente demoledor, pero ya lo es la novela original. Que nos la cuenten con algo parecido a una lectura dramatizada, añade poco al espectáculo. Solamente en los últimos treinta minutos “1984” remonta y gana por completo al público. El interrogatorio final, la destrucción del individuo por el sistema, por el Gran Hermano, es escalofriante y sube muchos grados la tensión en la sala.

6079 Smith
Cameron Dye es el rebelde atrapado por el Sistema, el caso 6079 Smith. El trabajo del actor es excepcional y durísimo. Encadenado, reducido, atormentado... el actor transita desde la perplejidad del personaje ante su detención a la aniquilación final tras una cruel sesión de tortura. Sus compañeros de reparto, que miman las acciones narradas en el diario del prisionero, también están a gran altura. Como Keythe Farley en la gran escena final.

Mire y compare
Esta bien que un teatro nacional nos ofrezca la posibilidad de ver trabajos extranjeros. Así tenemos una idea de lo que se hace en escenarios de otras latitudes. Y podemos comparar. En este mismo teatro María Guerrero se han montado, más o menos recientemente, “Roberto Zucco”, “Los niños perdidos” o “Platonov” que nada tenían que enviar a esta producción norteamericana. Eso por no remontarnos a los tiempos excepcionales de “Eduardo II”, “El público” o “El jardín de los cerezos”. Los miembros del “Actors’ Gang” son extraordinarios. Pero si quieren ver buenos actores, no se vayan tan lejos. En el Valle Inclán tiene a Hipólito, en el Infanta Isabel a Flotats, en el Matadero a Rosa María Sardá, en el Marquina a Asunción Balaguer... Me gustaría creer que todos los espectadores que jalearon y vitorearon a los norteamericanos van también regularmente a ver el teatro español. Pero tuve la impresión de que muchos fueron, exclusivamente, a ver a Tim Robbins en el saludo final.
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