La historia está jalonada de políticos con coraje, de políticos temerarios y de políticos blandos. Hasta
John F. Kennedy escribió un libro, “Perfiles de coraje”, que le valió un premio Pulitzer, y en donde retrataba la vida de ocho senadores norteamericanos que se habían distinguido por su valor. Todos ellos habían cruzado las líneas de partido, desafiado a sus compañeros o puesto en contra de la opinión pública pensando que hacían lo que era más correcto.
Ese fue el caso del senador republicano
Edmund G. Ross. Procedente de Kansas, salvó por su voto la revocación o “impeachment” del entonces presidente
Andrew Johnson. Las acusaciones contra Johnson fueron una patraña de los políticos y periódicos de entonces al que le imputaban haber abusado de poder o haber empleado lenguaje obsceno. El voto de Ross fue decisivo.
Adversario político del presidente estadounidense nunca sacrificó la dignidad, no se vendió a lo fácil, ni al odio, ni a los resentimientos. De hecho, era consciente que el presidente era inocente por lo que respetó sus convicciones y obró en consecuencia, a pesar de la fuerte presión política, mediática y popular. Ross dijo tras su voto contrario al sacrificio del presidente que “el verdadero coraje es una virtud que los individuos sacan en los peores momentos, que se basa en la confianza de que el acto debe ser hecho, porque es lo correcto, independientemente de los resultados”.
El acto de Edmund G. Ross fue recogido posteriormente por Kennedy junto con los de otros siete senadores pues eran historias donde sus protagonistas habían sido capaces de arriesgar sus carreras políticas simplemente por hacer lo que consideraban correcto.
Aquel pasaje de la historia política norteamericana lo traigo a colación del “Caso Gürtel” y la crisis provocada sobre el presidente de la Generalitat,
Francisco Camps, y de todo lo que se ha dicho sobre su futuro inmediato.
Decía
Aristóteles que el hombre que lleno de miedo, huye al mínimo peligro, porque es incapaz de soportar nada, se vuelve blando y el que no tiene miedo de nada, sólo da muestras de temeridad.
Camps ha demostrado tener el coraje que muchos le han querido soslayar. No se ha dejado influir bajo la presión de nadie, se ha enfrentado a situaciones difíciles, luchando por lo que creía y asumiendo las consecuencias.
Ha habido a quien no le gustado lo que ha hecho Camps, entre lo que me puedo incluir, ha existido quienes creen que debe irse porque sí y hay quienes se han anticipado a decir que no será el próximo candidato por el PP en las elecciones autonómicas de 2011. Pero en esto,
Mariano Rajoy ha sido tajante y concluyente. Su apoyo a Camps es el mismo que Edmund G. Ross le brindó a Andrew Johnson.
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Se habrán hecho mejor o peor las cosas, pero lo cierto es que Camps está actuando según sus convicciones. Él confía en la honorabilidad del PP valenciano y de sus integrantes. Otros hubieran tirado la toalla, o se hubieran lanzado a cortar cabezas para salvar la suya.
Frente a esas actitudes, la de mayor valor es la actual del presidente valenciano, que le ha sumado una dosis de sensatez muy necesaria en estos momentos, la misma sensatez que
Sócrates le reconoció a
Laques en los diálogos de
Platón. Porque una cosa es ser valiente, virtud inseparable de la prudencia, y otra un temerario como le han requerido muchos a Camps.
De esto sabían bastante los espartanos quienes tenían muy claro la diferencia entre la valentía y un acto absolutamente desatinado en el que, por mucho que se quisiera dotar de gran valor –para borrar indicios de cobardía como le ocurrió a
Aristodemo- en el fondo constituyen temeridades innecesarias y majaderas, algo de lo que Camps ha hecho bien en huir.