En las horas menguadas: ¿Cuántos vociferadores de plaza dan la vida por su caudillo?
Con la explosión demográfica de la marginalidad se multiplican gobiernos primitivos e irresponsables, incondicionalmente aplaudidos por una masa desesperada; y casi unánimemente repudiados por cuantos alcanzan más de tercer grado de escolaridad.
Se trata de regímenes frívolos y abusivos que -cuando tienen arcas desbordantes- "compran" adhesiones y popularidad lanzando billetes como confeti.
Se encaraman en el desespero de los marginales para pisotear su dignidad, prodigando limosnas, para luego montarlos -cual claque alquilada- en autobuses itinerantes que acompañan las manifestaciones políticas del "führer" de turno con aplausos y estribillos bien ensayados.
Crean piñatas y rebatiñas para asegurar el apoyo de conmilitones y secuaces, sobre todo en ciertas castas privilegiadas dentro de unas montoneras uniformadas que hiperbólicamente llaman "fuerzas armadas".
Luego alucinan, y con inconfundible tufo a nuevo rico salen a comprar protagonismos internacionales. Adquieren "aliados" externos a punta de billetes, envolviéndoles con transparente manto de ideologías enlatadas.
Parecen invencibles, pero cuando más alto andan volando repentinamente descubren el detalle que faltaba: QUE LA GENTE EN REALIDAD NO SE "VENDE": SENCILLAMENTE SE ALQUILA.
Y como en todo canon de arrendamiento o acuerdo de prostitución, la relación incluye plazos y condiciones. Como dice el refrán, "EL AMOR Y EL INTERÉS SE FUERON AL CAMPO UN DÍA, PERO MÁS PUDO EL INTERÉS QUE EL AMOR QUE LE TENÍAN".
Cuando se agota la varita mágica crematística descubren que sus "hermanos" internacionales ya no son tan fraternos. Que los buhoneros embajadores de países "amigos", que vendían mercancía cara y lograban crédito barato, se tornan evasivos ante eventuales peticiones de asilo.
Tarde o temprano, comprueban que sus más fieles colaboradores nunca fueron más que secuaces de rapiña; que se han rodeado de la gavilla más falsa y menos de fiar de cada país.
Tarde o temprano, amanecen para encontrar que sus "siempre leales" guardias pretorianas históricamente han estado listas a volver caras sus fusiles ante el mejor postor.
Tarde o temprano, llega el día cuando "su pueblo" se evapora y cambia fácilmente de bando, olvidando inmediatamente todo imbécil juramento que incluya la alternativa "muerte". En las horas menguadas: ¿Cuántos vociferadores de plaza dan la vida por su caudillo?
De allí que la vieja historia del aplauso alquilado de turbas y charreteras sea origen de aquel castellanísimo refrán que recomienda "JAMÁS CONFIAR EN AMOR DE PROSTITUTA, NI AMISTAD DE POLICÍA".