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Historia de un sueño

Historia de un sueño

lunes 26 de octubre de 2009, 17:35h

Juan, un profesional de clase media, se había quedado desempleado hacia una semana, y se preparaba para buscar otro empleo; la empresa para la cual trabajaba tuvo que cerrar sus puertas e irse del país. Ese día martes, sin embargo, había una marcha de protesta y Juan no quería faltar. Para ese entonces había manifestaciones y concentraciones cívicas casi todos los días. Se predecían enfrentamientos callejeros y el gobierno aconsejaba no ir. Se hablaba de contramarchas, infiltrados y desestabilizadores de oficio que harían de las suyas. Las escuelas estaban casi todos cerradas, pues muchos padres habían optado por no enviar a sus hijos como respuesta a la nueva política educativa del Estado; se anunciaba una nueva ley de educación obligatoria con sanciones de cárcel para quienes no la acataran. Juan tenía, como muchos otros compatriotas, otros problemas. Su casa, había sido marcada por la nueva junta comunal de su calle como beneficiada para albergar a dos personas mas; ahora que su padre había muerto y su hijo mayor había logrado salir del país, sobraban dos espacios vacios con dos camas. Juan no quería y le había venido dando largas al asunto pensando en una solución que no encontraba. El nuevo régimen de propiedad comunal o comunitaria, que muchos desde la escasa oposición que aún quedaba, no dudaban en llamar comunista, tenía ya un año en vigor y había dejado un saldo trágico de muertes y violencia. Una nueva clase, la de los líderes y vigilantes de comuna, se paseaba por el país, como máxima expresión del nuevo poder de la comuna vecinal, en pleno ejercicio de la contraloría social popular.
Tal como se temía, la marcha aunque corta en distancia, pues cada vez más las rutas eran cercenadas  y  circunscritas casi a un recorrido fijo, que nunca cambiaba, como el de un estadio, estuvo llena de episodios violentos y de brutalidad por parte de la fuerza pública que no dejó traspasar ni un milímetro a los manifestantes. Juan que aunque había tenido sustos anteriormente, y había respirado andanadas de gases lacrimógenos, nunca había sentido en carne propia el escozor de los golpes y patadas, que esta vez recibió por todas partes y sin piedad. Cerca de él pudo ver como se llevaban a un hombre herido, o quizás muerto, que hacía unos minutos le había brindado un cigarrillo mientras conversaban. Los manifestantes tampoco pudieron llegar esta vez, al C.N.E.  para entregarle un listado de firmas a su presidenta, solicitando un abrogatorio de varias leyes.
Adolorido por dentro y por fuera, llegó como pudo a su casa, tenía la cara hinchada y sangraba un poco por un oído. No se fijó en el grupo de personas con camisas rojas en el frente, sino hasta el momento en que vio a sus dos hijas sollozando en la puerta. Juan que no era un hombre violento, convirtió, en un segundo, su dolor en rabia y quiso gritar y  ma….. Bañado en un sudor  frio y aun jadeante, como  si acabara de salir de un estado febril, Juan se sentó en la cama y apenas atinó a enchufarse en la realidad.

Se levantó y se lavó la cara, para ver si de verdad estaba despierto. Después, fue hasta la cocina para prepararse un café fuerte; sus hijas y su esposa aún dormían, todo estaba en orden.
Juan saboreaba su taza humeante, mientras miraba por la ventana la ciudad que amanecía. Repentinamente, una extraña sensación recorrió todo su cuerpo. El mal sueño había terminado, pero la verdadera pesadilla apenas comenzaba.
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