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Esto es, créame usted, una felicitación de Navidad

Esto es, créame usted, una felicitación de Navidad

viernes 18 de diciembre de 2009, 08:33h
Algo pasa: uno constata, por estas fechas, que cada año recibe menos felicitaciones en papel, más a través del correo de Internet y que unas y otras denotan una crecientemente alarmante falta de imaginación. Lo de recibir menos ‘cartones’, de esos que envían los ministros y sus adláteres, los grandes capitanes de empresa, los presidentes autonómicos y los responsables de las instituciones, solo puede tener dos explicaciones: o la crisis restringe la compra de sellos de Correos, o…sucede que uno es cada año menos importante, o eso es lo que perciben quienes quieren quedar bien a base de meter lo que antes se llamaba un christma en un sobre y dárselo al mensajero o al cartero. Así que tengo la impresión de que, cuanto menos poderoso o influyente te crean los que se creen y se quieren influyentes y poderosos, más felicitaciones inundarán tu correo electrónico y menos tu buzón.

Así, conozco tipos que llenan su despacho con una exposición de las más importantes tarjetas recibidas, de manera que los visitantes, clientes, deudos, subordinados y superiores comprueben que tales tipos son importantes: ahí es nada, alinear el tarjetón de los Reyes, el de los Príncipes, el de Zapatero, con otro de Rajoy y uno, muy pío, del presidente de la Conferencia Episcopal. Hasta José Blanco, Leire Pajín y Rosa Díez están en los anaqueles de estos despachos, cuyo ocupante suele invitar en estos días tan señalados a todo incauto que se deja, para impresionarlo. Es más: el colmo de la dicha es comprobar que tu jefe no tiene una colección tan impresionante que exhibir: le falta, por ejemplo, un Pepe Bono, y, representando a Interior, tiene al secretario de Estado, pero no un Rubalcaba legítimo y auténtico.

Pero no son solo los ‘vips’ los que te olvidan al mismo tiempo que, como decía Pío Cabanillas, los teléfonos dejan de sonar si has perdido la poltrona. Al menos a mí, los parientes hace tiempo que dejaron de felicitarme por escrito, y de Internet no quieren saber nada; si tengo suerte, me llaman por teléfono a las doce de la noche del último día del año, para desearme, muy formalmente, prosperidad para los próximos doce meses; me prefieren con la economía saneada que arruinado, supongo. Si tengo peor suerte, llaman para invitarse, trayendo a los niños, al almuerzo de año nuevo, tradicionalmente espléndido en mi casa. Siempre consiguen, de una u otra forma, que se me atraganten las uvas.

Claro que lo peor es esa pesadilla de tipos que colapsan tu teléfono móvil con SMS del género “que la Virgen y el Niño guíen tus pasos durante el año que comienza, con paz y felicidad. Besos, Juan y Ana”. Y ¿quién diablos son Juan y Ana? ¿Es que esa pareja sin apellidos piensa que son los únicos Juan y Ana en la vida de uno? No puedo evitar pensar que todo es un truco de alguna central telefónica para aumentar el flujo de llamadas, a ver si picas y contestas a los tales juanyana que tú también quieres que el Niño, la Virgen, San José, los Reyes Magos y sus respectivos camellos iluminen su camino. Pero no me da la gana, sea o no  anzuelo de operadora telefónica, de responder a tan insulsos e impersonales mensajes, incluso suponiendo que los tan mentados anayjuan sean, en efecto, dos grandes amigos, en ese momento no recordados ni suficientemente identificados.

Reconozco que, internauta impenitente e incurable como soy,  prefiero ciertas felicitaciones que me llegan a través de la Red. Sobre todo, porque algunas de ellas, llenas de movimiento y color, son un prodigio de imaginación. Solamente algunas de ellas, claro. Porque ya se sabe que el correo electrónico –quiera Dios que nuestros legisladores se pongan a ello para evitarlo en este 2010 que nos viene— es capaz de depararnos los mensajes más romos, lerdos y viles que imaginarse uno pueda. Es, en fin, uno de los males de nuestro tiempo. Lo que sí he comprobado, tanto entre los que te felicitan con talento y cariño como entre quienes lo hacen con estulticia y como por obligación, es que ya casi nadie te desea una feliz Navidad, y casi todos se centran en desearte un año 2010 lo más feliz posible. Lo cual evidencia dos cosas: que hay tradiciones de portal y estrella de Belén que se pierden rápidamente y… que el ciudadano siente una buena dosis de aprensión ante el futuro, me parece. Como si augurando buenas cosas se conjurasen los peligros de un agnus potencialmente horribilis. O no.

Y sí, lo ha adivinado usted: este texto no es sino una fórmula de felicitación más, aprovechando la acogida que me concede este periódico generoso. Yo sí le deseo a usted unas muy felices navidades ­–ya sé que me estoy anticipando, pero más lo hacen los grandes almacenes y los publicistas de la lotería—, unas navidades hasta con pastorcillos y castillo de Herodes y río con agua que fluye en el Nacimiento. Y, desde luego, le deseo un inmejorable año 2010, lleno de esos brotes verdes que dicen que vendrán, quién sabe. Felicidad, pues, para usted, que ha tenido la paciencia de leerme hasta aquí, y para los suyos.
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