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Los predecesores

Los predecesores

viernes 18 de diciembre de 2009, 20:47h
Al binomio Zapatero-Rajoy le precedieron Felipe González y José María Aznar. Es exagerado llamarles continuadores. Generar continuadores es  muy difícil. Tener sucesores es inevitable. Se abre el predecesor cansado, como una muñeca rusa, y aparece otro cuerpo, un poco más pequeño, puede ser un “aparachik” improvisador y sectario  o un ensimismado registrador de la propiedad con barba. ¿Son responsables los predecesores de no haber patrocinado una sucesión más ambiciosa?

Hay quien piensa en una tendencia perversa de los políticos a no favorecer a candidatos de gran calidad que hagan olvidarlos por superación, con la intención, cuando se retiran prematuramente, lúcidos y enteros, como es el caso, de dejar una puerta entreabierta a la hipótesis de retorno o a la prórroga de una influencia tutelar. Yo no pienso tan mal. Creo que los líderes son más humildes de lo que aparentan y, cuando se miran en el espejo, no ven las facultades carismáticas que explican su preeminencia. Creen que lo que ellos han hecho puede hacerlo cualquiera medianamente dotado si se le situa en el mismo cargo y con las mismas atribuciones.

Esto no es así. Por ello, a pesar de las máculas que puedan empañar algunos aspectos de su gestión, Aznar y Felipe siguen siendo los puntos de referencia de un centro-derecha vigoroso o de una social democracia templada, capaces de aglutinar mayorías absolutas en sus días zenitales y de mantener sin vacilaciones la unidad nacional y el respeto a las instituciones constitucionales. Aznar y Felipe lograron, desde las opuestas convicciones de un bipartidismo imperfecto pero predominante, representar a una España prestigiosa y en alza, proporcionada al impulso positivo de la Transición. España tuvo una imagen solvente y admirada en la escena mundial, fue valorada en Europa, en Iberoamérica y Norteamérica como potencia media ascendente. Esta realidad se resquebrajó bajo la presidencia errática de Zapatero, empeñado en seguir rutas arcaicas y radicales distintas a las de sus predecesores, con grandes desvaríos en la política económica y en la estructura territorial del Estado. No se puede atribuir la misma responsabilidad a Rajoy, que no ha tenido la oportunidad de gobernar, sino la derivada de su insuficiencia como oponente. El desbarajuste en el seno de su partido y la imprecisión de sus propuestas alternativas, explican, sin embargo, la diferencia notable entre la esperanza que despierta colectivamente el Partido Popular y el escaso aprecio que suscita su candidatura personal a la Presidencia del Gobierno. Las calificaciones populares de los líderes actuales son peores, en ambos casos, a los peores momentos de las legislaturas de Felipe y Aznar.

En sus apariciones públicas, por acción u omisión, Felipe y Aznar dicen cosas que entiende todo el mundo mejor que las ambigüedades y contradicciones de sus sucesores. En sus paseos internacionales se nota la huella de una diplomacia que se ha evaporado entre gestos tercermundistas y perezosas ausencias. Hoy contemplamos una España de “baronías” injustificadamente ensoberbecidas que dan la impresión de unos Reinos de Taifas que negocian de igual a igual con sus cabezas de partido y hacen mangas y capirotes en sus feudos. La teoría del caos parece adueñarse, paso a paso, de los espacios donde los grandes partidos dieran merecer la denominación de nacionales.
En este mediodía de la legislatura, el dúo Felipe-Aznar mantiene el eco nacional e internacional de una ópera muy sonora mientras el duetto Rajoy-Zapatero suena como la copla del “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio”. El problema es que esta mediocre tesitura puede prolongarse, sea cual sea su inclinación, sin que se de paso a nadie de quien se espere con ilusión que sea capaz de frenar el crítico declive económico e institucional por el que se desliza España. En conclusión, hay que contar con Aznar y Felipe, directa o indirectamente, olvidando tanto el falso prejuicio de la limitación de mandatos como el recelo a la autoridad de los predecesores. España, como un equipo de fútbol  profesional, dispone de un plantel limitado de jugadores valiosos y la política es un trabajo que no admite prejubilaciones. Personajes como Almunia o Rato siguen despertando expectativas más positivas ante la crisis económica, en cuanto productos de los antiguos equipos de Felipe y Aznar, que las personas que se sientan hoy en los asientos de primera fila del poder o de la oposición. Es conveniente contar con todos los recursos humanos de que se dispone y desterrar el inmovilismo raquítico de las efímeras capillitas “de confianza”, de los sucesores de ocasión. España necesita continuadores de la obra de la Transición y no simples sucesores.
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