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Mister Bean, de Madrid a Bruselas

miércoles 06 de enero de 2010, 13:18h

Decía el gran Adolfo Suárez, en el tan difícil como esperanzado escenario de la transición y el cambio democrático, que se trataba de “hacer normal lo que al nivel de la calle es sencillamente normal”. Por el mismo sendero han caminado los ingeniosos hackers que han hecho a Mr Bean protagonista ya irreversible de este nuevo y rutinario semestre de presidencia española de la Unión Europea, presidencia descafeinada con prudencia por los dirigentes europeos con la novedosa elección de un presidente de la Comisión, naturalmente un cuarta fila que pudiera estar al nivel de quien dirige la presidencia de turno española. Es natural que por toda Europa inquiete el que nuestro particular Mr Bean -hay parecidos físicos que exceden lo sorprendente para adquirir simbolismo- ponga las manos en los delicados e importantes asuntos de la UE en tiempos en lo que es tanto, tan delicado y tan importante lo que es necesario hacer para recuperar niveles razonables de bienestar y seguridad.

Si es ya un lugar común, en la calle y en las conversaciones, que España, y por tanto los españoles, no nos merecíamos un presidente como Rodríguez Zapatero, igualmente puede decirse que Europa, y por tanto los europeos, no nos merecíamos que, por la insuficiente razón del turno, la presidencia de la UE se encuentre, durante seis meses que pudieran ser cruciales, bajo la presidencia de un país con sobrados méritos, pero coyunturalmente presidido por Mr Bean. En fin, no hay mal ni bien que cien años dure. Sucederá lo que tenga que suceder, y al final será bueno si sirve para que los españoles cobremos conciencia de que no tenemos por qué seguir siendo, una y otra vez, los “enfermos de Europa”, y que podemos y debemos empezar a cambiar las cosas aquí dentro, para recuperar una democracia auténtica, digna y eficaz, como la que disfrutamos, con tirios y troyanos, derechas e izquierdas, liberales y socialistas, desde el inicio de la transición hasta aquel desdichado año 2004.

Algún día habrá que analizar cómo el terrorismo islámico pudo cambiar la voluntad de los españoles y lo mucho que a ello contribuyó la palmaria torpeza e incapacidad de reacción del gobierno por entonces instalado en La Moncloa, quizá incluso más que la asombrosa habilidad de Pérez Rubalcaba para hacer evidente aquella torpeza y sacar rédito electoral y político de ella. Lo peor de todo fue que el beneficiario de aquella convergencia de torpezas y habilidades resultara ser precisamente Míster Bean.
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