Comienza el año casi como terminó, con un montón de incertidumbres y de amenazas que se ciernen sobre los venezolanos como si de una inmensa nube negra cargada de tormentas se tratase. Y decimos casi, porque desde el 1 de enero la ciudadanía, es decir, el pueblo, ese mismo que suele ir a los centros comerciales buscando un poco de diversión barata, como ver vitrinas, ir a un cine, comerse una hamburguesa o simplemente pasear, va a ver reducidas sus opciones, principalmente los días de semana cuando a la salida del trabajo el cuerpo le pide un poco de distracción y esparcimiento. Nos referimos por supuesto a la reducción por decreto de las operaciones de los centros comerciales desde las 11 am hasta las 9 pm. Con esta medida, parte de otras que el gobierno nacional ha ordenado y que incluyen la reducción de horarios para la iluminación de avisos comerciales en vallas publicitarias y vías públicas, así como el uso de tubos fluorescentes y bombillos de bajo consumo, se pretende paliar la crisis de energía eléctrica que se viene anunciando desde hace tiempo desde sectores de la oposición, por causas que inculpan solamente al gobierno y que no tienen nada que ver con el fenómeno climatológico de El Niño.
Independientemente de las consecuencias que esta medida gubernamental, publicada en la Gaceta Oficial del 21 de diciembre pasado, pueda tener para el sector comercial, la repercusión social no ha de ser poca. Se alterará, por ejemplo, la rutina de quienes desayunaban con la típica empanadita criolla, sandwich o arepa, en los establecimientos de los centros comerciales adyacentes a sus oficinas o lugares de trabajo, como una única opción o alternativa, a falta de panaderías o ventorrillos informales de fritangas cercanos que, por supuesto, ahora aumentarán. También la de las amas de casa que frecuentaban los supermercados, tintorerías o bancos de los centros comerciales dentro de la ruta de transporte diario, después que dejaban a sus hijos en el colegio de vuelta a sus casas o la de quienes hacían planes a pesar de la vorágine e incertidumbre del trafico caraqueño para tratar de estar en el teatro o en el cine de los centros comerciales (ya no quedan cines fuera de ellos) antes de las siete y treinta, para la función de esa hora o, para los mas retrasados, a la de las nueve. Esto último y lo de las vallas publicitarias que ahora estarán apagadas después de las 12 de la noche, quizás no nos parezca tan extraño si tomamos en cuenta el alto índice de inseguridad y zonas oscuras que registra Caracas y que ya habían recluido de hecho en sus casas, a la mayoría de quienes vivimos en ella desde hace algún tiempo.
Las cosas no siempre son lo que parecen, algunas veces se mimetizan y toman otra apariencia, o simplemente se disfrazan. La gente no come cuento, sobre todo cuando tiene años escuchando historias de engaños y fraudes donde los malos generalmente
ganan. Si no fuera por los restaurantes que están en El Rosal, en Las Mercedes o por las areperas socialistas que se regarán por doquier, esto sería lo más parecido, como me lo confesaba alguien recientemente, a un pequeño "toque de queda". No se si presagio de uno más grande o de uno definitivo. Total, el decreto al que nos referimos al principio no dice nada de que la medida sea temporal y el niño malo, bueno o como sea, sigue siendo al fin y al cabo un niño, al que no se puede echarle la culpa indefinidamente.
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