El próximo miércoles 27 de enero, el nuevo presidente de Honduras, Porfirio Lobo Sosa, tomará juramento de su cargo, y el presidente derrocado o, en cualquier caso, ex presidente en dos días más, Manuel Zelaya, volverá a ser un "ciudadano común", que saldrá de la Embajada del Brasil en Tegucigalpa con destino, aparentemente, a México. La retórica de los que pensaban que defendiendo a Zelaya se estaba defendiendo nada menos que la democracia y que la Guerra Fría seguía presente entre nosotros, con su vaivén permanente de presidentes electos popularmente y derrocados por cúpulas militares auspiciadas por la CIA, quedará para el recuerdo. Un recuerdo cada vez menos significativo y que no dejará de avergonzar a quienes tomaron demasiado en serio el asunto. Por ejemplo, los Gobiernos español y brasileño que, dicho sea de paso, parece que ya están comenzando a sacar la mano del fuego.
Ciertamente, como dije alguna vez, "Mel" Zelaya no fue nunca ni Salvador Allende ni Jacobo Árbenz Guzmán ni hemos vuelto a la Guerra Fría. Ni John Forster Dulles se ha reencarnado en Hillary Clinton cambiando de paso de sexo en nombre de la igualdad de género.
El problema de la solidaridad incondicional con Zelaya, no hablo de la calculadora, que también la hubo, es que nunca analizó en toda su complejidad lo sucedido. Se creyó que, para bien o para mal, defender a rajatabla un principio era suficiente.
Los principios son generales por definición y, por tanto, unilaterales o, peor aún, encubridores en manos de expertos si no hay la debida ponderación. Neoconstitucionalismo, dixit. Contextualizar encima dicho principio en la década de los sesenta del siglo pasado, se pensó que era suficiente para defender a sangre y fuego a "Mel" ante la opinión pública nacional e internacional.
Pero, poco a poco, mientras el levantamiento popular por su derrocamiento no se producía, entre otras cosas porque no había apoyo popular para ello, fue apareciendo la torpeza política del gobernante derrocado y también el problema constitucional por su enfrentamiento contra los otros poderes del Estado y de un sector muy importante de la ciudadanía, que no quería saber nada de una reelección inmediata al estilo Chávez.
La alternativa "Arias" pretendió ir a la complejidad de lo político en busca de la legitimidad y no tanto de la legalidad. Se armó, sin embargo, el inevitable show mediático que infló el globo.
No era para tanto. De lo que se trataba era de llegar a un acuerdo entre las partes, acuerdo que nunca fue posible por las suspicacias y recelos que precisamente el show mediático alimentó. Ni los militares hondureños van a ser castigados por la expulsión del presidente, ni este volverá a la Casa Presidencial.
Poco a poco, los países irán reconociendo a Lobo y normalizando relaciones. Para los hondureños, su aliado y socio comercial más importante, los Estados Unidos, lo ha hecho ya.
Mel Zelaya vuelve, según sus palabras, a ser ciudadano común. En realidad, un presidente es eso siempre. No un mesías desubicado en plena globalización para mal de los que sufren su Gobierno.
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