Rectificaciones bienvenidas, aunque tardías

Después de muchos meses y muchas declaraciones negando lo que para la mayoría de los ciudadanos es evidente, la crisis económica y de empleo, el Gobierno de Rodríguez Zapatero parece admitir algún error en su pasado, con lo que se diferencia de José Mª Aznar, que nunca cometió ni podía cometer errores políticos, ni de cálculo, ni de nada. Pero aunque hay que valorar tal diferencia, no alcanza para otorgar al actual presidente del Gobierno un notable en la gestión de la crisis, ni siquiera un aprobado. Las últimas rectificaciones a la línea política, como la reducción del gasto público corriente, el aplazamiento o reasignación de inversiones públicas o la reforma de pensiones y tributos, se sitúan en la línea correcta. Pero su planteamiento es tan fluctuante y hasta errático a veces que, en lugar de generar confianza en la sociedad y en los inversionistas, tiene el efecto contrario. Y la credibilidad de Rodríguez Zapatero no reside en el énfasis que ponga en sus palabras si no obtiene el respaldo de los hechos y el apoyo del mercado y de las instituciones internacionales.

Siendo esto evidente, ni el presidente ni muchos de sus ministras y ministros parecen haber entendido que la sociedad les exige un plus de coordinación y rigor, de sinceridad y precisión. Por esto Elena Salgado, que ya presentó en el debate presupuestario sus carencias y vacilaciones, está haciendo un flaco favor a la credibilidad de España en el mundo económico con sus propuestas maximalistas de quita y pon, que pueden ser necesarias pero requieren una completa y creíble justificación del plan de austeridad propuesto, que se compadece mal  con lo que está haciendo el ministro de Fomento prometiendo obras y más obras, ejes de comunicación y ampliaciones de aeropuertos, faraónicas estaciones de ferrocarril y terminales. A todos nos gusta que se invierta, pero arreglada y oportunamente. Y ahora no es momento de poner todos los recursos disponibles y no disponibles, por ejemplo, para ser la nación con más kilómetros de alta velocidad ferroviaria, pero con escasa funcionalidad en el trasporte de mercancías: es hora de contención del gasto de todos los gastos salvo los que conduzcan a un nuevo modelo económico más moderno y competitivo.

    Es cierto que parece que a Rodríguez Zapatero está atravesando una etapa  más que sombría en sus responsabilidades de gobierno. A la crisis económica, más larga y severa de lo que calculaban la generalidad de los economistas, se une en el interior una oposición que pone todos los obstáculos posibles a la recuperación de la normalidad; unos sindicatos que siguen aferrados a algunos privilegios desmesurados y amenazan incluso con una huelga general  si se tocan asuntos como el despido en los contratos indefinidos, pero no parecen inquietarse por el absentismo laboral o la baja productividad ; unas organizaciones empresariales que no parecen tener interés en llegar a acuerdos con los sindicatos. Y para remate, tampoco la presidencia rotatoria de la Unión Europea parece darle por ahora grandes satisfacciones.

    Pero tampoco hay que ver todo negro. Las rectificaciones realizadas en la política económica han sido consideradas como positivas por loa analistas internacionales, aunque insuficientemente argumentadas y respaldadas. Los mercados todavía no han reflejado positivamente el plan, porque no hay signos sustanciales de que la reforma laboral vaya a afrontar los problemas de fondo, ni hay tampoco confianza en un desarrollo tenaz y riguroso de los recortes presupuestarios y de los aumentos en ingresos fiscales. Y falla la confianza en este Gobierno: popularmente e internacionalmente. Ya sabemos lo que ocurre siempre cuando se piden remodelaciones. También sabemos que no es el momento hasta que transcurra la presidencia española de la Unión Europea. Pero algo habrá que hacer más adelante para llevar a buen puerto lo que hemos llamado rectificaciones acertadas, aunque tardías.