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Entender a Maragall

Entender a Maragall

viernes 27 de abril de 2007, 20:03h

Como a las puertas del Infierno de Dante, ante las de Pasqual Maragall, debería lucir el cartel de “lasciate ogni speranza”, incluso con más justificación, si cabe, que ante la entrada de los dominios de Pedro Botero. No se habían apagado los ecos de sus declaraciones italianas y, en una entrevista aparecida en la revista catalana L’Avenç, como que más de lo mismo. ¿No queríais maragallada, pues ración doble? El anterior presidente de la Generalitat se ha despachado a gusto confesando –que tampoco es una novedad— que se había sentido traicionado por José Luis Rodríguez Zapatero cuando éste le dijo que prefería a José Montilla como candidato a la presidencia de la Generalitat.

Ya la tenemos formada, que no sea cosa que nos aburramos durante el puente del Primero de Mayo. En defensa de Maragall –paradojas del destino—han salido Carod Rovira y Josep Piqué. El independentista y el españolista, por decirlo en términos asequibles. Las otras dos patas del banco tripartito se han callado, salvo el conseller de Economía, Antoni Castells (número dos en la candidatura de Montilla) quien ha dicho que comprendía las razones de Maragall. El resto del gobierno catalán, con el presidente Montilla a la cabeza, ha optado por el mutismo público más absoluto. Lo mismo que el partido que aún preside Maragall. Otra cosa es que, en la sede socialista de la barcelonesa calle Nicaragua, se hayan agotado todas las expresiones gruesas y los tacos no sólo del catalán y el castellano, sino hasta del tagalo.

Cuesta entender a Pasqual Maragall, tanto cuando está en el poder (recuérdese su largo paso por la alcaldía de Barcelona) como cuando aguantó toda una legislatura catalana como jefe de la oposición o ahora, que debería encontrarse disfrutando de las supuestas delicias de Capua. Vamos, que la patina el disco duro cosa mala, dado que está gestionado por un biochip que de poderse fabricar y aplicar a los ordenadores haría que la informática diera un salto gigantesco. El bueno de Pasqual (el columnista no es la primera vez que reconoce su cariño y su respeto por él y los homéricos cabreos que por su causa se ha llevado, se lleva y se llevará) sería feliz si todos los cerebros gozasen de una conexión inalámbrica. Le evitaría el tener que explicar a propios y extraños su pensamiento que, incluso para él, es inexplicable.

Por descontado, Pasqual Maragall tiene motivos para estar más enfadado que un mandril al que le han robado su ración de cacahuetes. Por tanto, está en su derecho a manifestar su cabreo. Pero lo que desconcierta a todos –y supongo que al propio Maragall—es que la manifestación de este enfado la haga desde la honradez intelectual y, también, desde la inoportunidad. Cuando se cumple el primer año de la aprobación del Estatut(o) reformado, mientras están pendiente los recursos ante el Tribunal Constitucional, nos sale Pasqual Maragall con un balance personal del pasado recientísimo. Todos opinan que como está más guapo el expresidente es calladito y jugando con sus nietos. Eso es no conocerlo y no entenderlo. Donde está feliz el personaje es haciendo de elefante en cacharrería ajena. Es su karma. Maragall nació para desconcertar. Forma parte de su naturaleza. Y es por ahí donde hay que entender sus declaraciones de estos días.

Joan Ferran, el portavoz del PSC en el Parlamento autonómico, afirmaba, durante el primer acto, el de la entrevista en  un diario romano, que Maragall “no es una persona hecha para declaraciones políticas mediáticas”. Craso error, amigo. Grave miopía pública. Porque, aparte de desconcertar –e incordiar, que conste—si algo sabe hacer Pasqual es el dar titulares a los medios. En eso es un auténtico experto. Y hay que reconocérselo. Porque a Maragall, a fuerza de no entenderle, se le acaba entendiendo todo.

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