jueves 04 de marzo de 2010, 16:00h
Sería deseable que el debate político e ideológico provocado por las resoluciones de la Conaie el viernes pasado, se ocupara principalmente del presente y el futuro del Ecuador como país y no se diluyera en dimes y diretes para impresionar al pueblo.
Las demostraciones de fuerza e influencia del movimiento indígena no pueden servir de pretexto para reproducir conductas rebeldes precisamente cuando se requiere una gran dosis de tolerancia, prudencia y diálogos propositivos. Tampoco la campaña mediática del Gobierno puede centrarse en atacar, casi sin piedad, a la actual dirigencia indígena aunque ésta haya equivocado su táctica de intentar enfrentarlo con un levantamiento progresivo. Frescas están en la memoria las cuñas televisivas contra la marcha de Nebot en Guayaquil y que al final solo causaron rechazo y poca efectividad política.
La vida enseña -y más la política- que en la efervescencia de los conflictos lo más inteligente es que una de las partes reconozca un espacio de tregua para que la otra parte tome aire y oxigene su lucha. Si el Gobierno tiene que dar ejemplo de sensatez no es iluso pensar que a pesar de la severidad de algunos voceros de la Conaie es urgente que las ministras que dirigen el área política y social retomen contactos y puentes de diálogo para bajar la tensión con el movimiento indígena.
Entre otras cosas, deberían solicitar la suspensión de las cadenas en las que se sataniza a algunos dirigentes de la Conaie y se configure una nueva estrategia de acercamiento que supere las agresiones mediáticas mutuas.
El país sabe que las demandas indígenas, a pesar del halo de radicalismo planteado en Ambato, pueden ser tratadas con ponderación y justicia por el régimen.
Esperamos que el ambiente beligerante de estos días no se agrave y que una de las partes, el Gobierno, asuma el papel de hielo en la fiebre.