miércoles 31 de marzo de 2010, 18:03h
Los discursos políticos, de todas las tendencias ideológicas, están cargados siempre de un imaginario que legitima su realidad en el lenguaje. Por eso quizás los analistas y cazadores de gazapos ideológicos hallan en la pedagogía política del Gobierno una forma de adoctrinar a los ciudadanos.
Ciertamente la elaboración de una retórica que exprese una filosofía política entraña un trabajo de extraordinaria creatividad o, en su defecto, un ejercicio lingüístico que acude al panfleto para impactar y persuadir. La idea del discurso que adoctrina vale para todas las ideologías. Ninguna se exime de utilizar la riqueza del lenguaje para imprimir una visión del mundo en las mentalidades masivas.
Pero los cazadores de gazapos ideológicos no alertan sobre la ideología que subyace en el vocabulario de los políticos, de los medios, de los profesionales, de los sacerdotes, es decir, el discurso que adquirió categoría de sentido común a fuerza de normalizarlo como discurso de lo políticamente correcto.
En esa tarea los media han tenido un rol esencial, pues la internalización de ese discurso en las colectividades tuvo como su mejor canal la poderosa fuerza de lo visual y lo auditivo. Si se analizan con detenimiento los discursos empleados para elaborar noticias, programas deportivos, guiones musicales, etc., se notará que todos están atravesados de una sola visión del mundo parapetada en el liberalismo político o su más cara premisa: la libertad (en abstracto) y la libertad individual (en concreto). Nadie despotrica contra tales referentes porque hacerlo es negar, parecería, la propia existencia.
En cambio, cuando el discurso progresista, por llamarlo de algún modo, se activa en las alocuciones de quienes hoy gobiernan el país, enseguida un halo de sospecha los condena. Semejante ‘análisis’ no topa ni por broma el real análisis de los discursos en el conductismo social moderno.