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Katyn y la muerte de Kaczynksi

Katyn y la muerte de Kaczynksi

lunes 12 de abril de 2010, 21:53h
La tragedia colectiva que viven en estos momentos los polacos y su unidad como nación es posiblemente, desde fuera, difícil de entender en toda su profundidad: hay que acudir a la historia para comprenderlo de verdad, para percibir por qué lloran desconsoladamente y por qué se desgarra el alma del sufrido pueblo polaco, y por qué se unen sin fisuras –algo que no dejará de asombrar a propios y extraños en España-  por encima de ideologías o de clases.

Así, con ser muy grave y tremendamente impactante lo sucedido, puede decirse que no ha muerto “sólo” un Jefe de Estado y con él buena parte de la cúpula del Estado, del Ejército, la Iglesia, el Parlamento y del resto de su comitiva, en total un centenar de personas: es, si cabe, peor aún. Se trata de un despertar trágico, violento e inesperado, en toda regla, de los peores fantasmas y traumas nacionales del pasado reciente de Polonia, de su vulnerabilidad como pueblo, que desde hace siglos está allí a flor de piel: todo eso ha sido lo que se ha levantado de nuevo el sábado en Katyn. En efecto, por una trágica y casi imposible casualidad, se trata de la segunda vez que Polonia pierde, en el mismo lugar exacto, los bosques malditos de Katyn, a los más altos representantes de su nación. Y para más inri, cuando se cumplen 70 años de la primera ocasión. Prácticamente, algo psurrealista.

Veamos. En septiembre de 1939, repitiendo una operación llevada a cabo en tres fases ya en el siglo XVIII, la Alemania nazi y la Rusia soviética invaden y, tras casi un mes de heroica resistencia, se reparten Polonia, que queda borrada del mapa. Poco más de medio año después, en los meses de abril y mayo de 1940, morían asesinados en los bosques de Katyn, cerca de Smolensko (Rusia), a manos de fuerzas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), 22.000 oficiales del Ejército polaco, incluidos numerosos profesores y miembros de la intelectualidad del país. Sin duda, el objetivo no confesable de los soviéticos era descabezar a Polonia de lo más granado de su pueblo, a la élite de la nación, en aras de facilitar la implantación de un Estado comunista dócil a Moscú. Tamaña tragedia y masacre colectiva, destapada y denunciada por los alemanes en 1943, permaneció casi en el silencio (achacada, precisamente, a los nazis) hasta que en 1990 Mijáil Gorbachov reconoció que la responsabilidad era íntegramente soviética. Desde entonces, las investigaciones y el cruce de acusaciones entre Polonia y Rusia han sido continuas, en especial desde 2004 en que la Fiscalía militar rusa declaró “secreto de Estado” la mayor parte del expediente de la investigación sobre lo sucedido. Así, los roces diplomáticos y la tensión entre ambos países prácticamente no han cesado desde entonces, aderezados por el enfrentamiento entre los dirigentes ruso y polaco, Vladímir Putin y Lech Kaczynski, cuya animadversión personal era pública y conocida, con el telón de fondo de la instalación de radares y anti-misiles estadounidenses en suelo polaco.

El miércoles pasado, sin embargo, se producía un hecho histórico y novedoso: el propio Putin, como Primer Ministro de Rusia, acompañó a su homólogo polaco, Donald Tusk, en el primer homenaje oficial conjunto a los caídos polacos en Katyn en siete décadas. Un simbólico gesto de reconciliación y de acercamiento entre ambos Estados, en especial por la parte rusa. Apenas tres días después, y –muy significativamente, de forma separada- el Presidente polaco Kaczynski se dirigía al mismo lugar para realizar un nuevo homenaje; fue cuando, tras varios intentos por aterrizar en Smolensko, se producía el desgraciado accidente que conocemos (en el que también perecieron –nueva paradoja- una parte significativa de los antiguos dirigentes del sindicato católico Solidaridad, causantes directos de la caída del régimen comunista polaco en 1988-89), y que ha conmocionado a los polacos y al mundo entero, dejándoles prácticamente en estado de shock, recibiendo un impacto directo en una de las heridas colectivas aún no cerradas en su historia, con nuevos miedos e incertidumbre máxima por lo que pueda suceder en el futuro próximo de su patria. Los engranajes de la República polaca, sin embargo, están bien articulados y el Estado ha seguido funcionando sin aparentes problemas. En menos de dos meses, además, tendrán elecciones presidenciales, y entretanto la jefatura del Estado ha recaído en el presidente del Sejm (parlamento) polaco, Bronislaw Komorowski.

Además, la cooperación conjunta entre ambos Estados está siendo total y continua desde el mismo día del accidente, a todas las escalas y con Vladímir Putin insistentemente a la cabeza, incluida la aparición en las televisiones polacas de muestras sinceras de condolencia por parte de oficiales del Ejército ruso, lo que afortunadamente está sirviendo para que polacos y rusos olviden sus enfrentamientos y se acerquen a una reconciliación que podría llegar a ser histórica. La investigación de las cajas negras y las causas exactas de la caída del avión están siendo investigadas a la par por fiscales y especialistas de ambos países, y conviene que así sea, que quede plenamente esclarecido lo sucedido cuanto antes pues, con todo, este extraño accidente ha empezado a suscitar no pocas preguntas tanto en Rusia como en Polonia entre la opinión pública y los medios de comunicación. Y es que, como certeramente señala el analista polaco-americano Alex Storozynski, a nadie escapa que el accidente mortal del presidente Kaczynksi y su comitiva tiene un nuevo raro paralelismo con el que tuvo en 1943 el general Wladyslaw Sikorski, por entonces Primer Ministro polaco en el exilio, muerto al estrellarse su avión en el mar cerca de la colonia británica de Gibraltar, poco después de pedir a la Cruz Roja internacional que investigase la masacre de tres años antes en Katyn, en un momento en que ni a EE.UU. ni a la URSS, en plena guerra contra Hitler, les venía bien una investigación así.

Durante demasiado tiempo, Katyn ha supuesto el peor símbolo del enfrentamiento entre dos grandes naciones como son Rusia y Polonia. La falta de información y de cooperación jugaron un papel nefasto en ello. Esto parece cambiar en nuestros días. Ojalá el desgraciado accidente y muerte del carismático Presidente Kaczynski no sea en vano, y sirva póstumamente para lograr una reconciliación histórica ruso-polaca, tan necesaria tanto para ambos pueblos como para Europa entera.
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