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Geopolíticas domésticas

Geopolíticas domésticas

viernes 16 de abril de 2010, 17:27h

Una identificación territorial, seamos sinceros, sólo tiene sentido en tanto que beneficia a sus respectivos defensores. Y esto, teniendo en cuenta que tal consideración en base al suelo sólo es un eufemismo para designar una estructura social -basada en un conjunto de usos y costumbres socio-económico-culturales diferenciados- que es, al fin y al cabo, lo que cuenta. De este modo, no hay nada más inútil que, por ejemplo, el españolismo recalcitrante y el independentismo rampante. Por muy románticos que puedan parecer ambos conceptos, sin una reflexión más profunda no tienen ningún sentido. Así, quienes apuestan por la independencia respecto a un todo previo cabe pensar que lo hacen porque piensan que su estructura social específica, constituida a lo largo de los años, debe ser más próspera andando por su propio pie que ligada a la otra. Del mismo modo, los contrarios ven en la unión la prosperidad global o tal vez principalmente la suya.

 

Dejémonos de rodeos, remachemos el clavo, y vayamos al caso concreto, aunque extrapolable, de la relación Cataluña-España. Dado que no todo el independentismo catalán parece próximo los parámetros anteriormente citados, pues algunas versiones, las que más eco suelen tener, llevarían a Cataluña a dar un paso atrás, dejemos este caso aparte. Preguntemos, pues, a los que hacen de la españolidad su bandera si en caso de que quien se quisiera separar fuera la zona más pobre -y, por tanto, cara a sus intereses- no acabarían dando saltos de alegría. Es muy posible que así fuera porque, cabe insistir, la territorialidad debe estar al servicio de las personas.

 

Así, no importa si las unidades se rompen o perduran, lo verdaderamente decisivo es lo que aportan. Eso, por ejemplo, lo entendió muy bien el expresidente del Gobierno español José María Aznar, que por esa España que él entendía incuestionablemente unida, rompió con una supraestructura que era el siguiente hábitat natural, como la Unión Europea, para aproximarse a la más lejana de los Estados Unidos. Y la decisión, guste o no, era estratégicamente acertada. Sobre todo, y visto con perspectiva, si tenemos en cuenta el peso que hoy en día tiene la Unión Europea en el contexto mundial: "en Europa, España nunca superará su estatus segundón, pues puenteemos entonces a la Unión y busquemos el liderazgo con otros aliados", debió pensar el hombre. De rebote, por cierto, este argumento sirve para contestar a quienes justifican que la tendencia cada vez mayor de crear unidades supraestatales o nacionales invalida cualquier intento de separación porque es su antítesis. No, porque la manera de formar parte de esas nuevas fórmulas unitarias puede manifestarse de formas diferentes.

 

Y, en caso de darse la supuesta ruptura, es un error que se traduzca en enemistad. Porque diversos factores conllevan a convergencias o divergencias de intereses que nada tienen que ver con la separación o la unión: son cuestiones independientes. Ejemplos, los que se quiera; y algunos, imaginarios. Nuestra península ibérica, en general y contando ese país extranjero que es Portugal, ¿no tendrá como conjunto intereses comunes ajenos, por ejemplo, a Francia, que es su país más cercano?, pero, por otro lado, ¿no pensará un pescador de La Coruña que, más que el corredor mediterráneo -que interesaría por igual a unas comunidades andaluza y valenciana y a un hipotético Estado catalán, por no hablar del sector francés beneficiario- a él le convendría algún convenio marítimo especial para vender su marisco?, ¿le importan mucho a un señor de Almagro las cuestiones euromediterráneas cuando puede estar pensando en un eje con Lisboa que le beneficie para sus negocios de ultramar?, si el integrismo islámico pone en peligro lo que ellos llaman Al-Andalus, ¿no tendremos que estar alerta españoles, supuestos catalanes independientes y, por lo que pueda suceder, hasta los alemanes de la señora Merkel?.

 

Con este panorama, pues, está claro que no importa que la geopolítica conlleve modificaciones: lo que ayer era de una manera, hoy puede ser de otra, y ya está. Si un país se rompe, no pasa nada y, si sigue unido, tampoco. Lo que importa es el bienestar de sus integrantes.

 

Déjenme -si me lo permiten, claro- los lectores acabar con una pequeña frivolidad al hilo: hay quien dice que en una supuesta Cataluña independiente, el Barça tendría que jugar una liga catalana. Propónganle esto a don Florentino Pérez. A ver qué les responde, independientemente del momento puntual de ambos equipos.

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