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El Día del Libro

El Día del Libro

sábado 24 de abril de 2010, 03:34h

Hoy es el Día del Libro. Se le entrega en Alcalá de Henares el premio "Cervantes" al poeta mexicano José Emilio Pacheco, y diversas personalidades leen el "Quijote" en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y en ciudades y escuelas, en pueblos y Universidades se rinde homenaje al libro.

En el franquismo se decía que "un libro ayuda a triunfar". Y no era cierto: a lo que enseña un libro es a pensar, a dudar, a compartir con otros sus experiencias y su visión de la realidad, a vivir lo ya vivido, a haber recorrido los mares de Homero, a haber descendido a los infiernos con Dante, a desfacer entuertos con Don Quijote, a navegar entre cóndores andinos con Pablo Neruda.

Todo en el mundo está inventado, pero lo que se descubre cada día es la memoria.

Todo libro, incluso los que contienen más números que letras, o más teoremas que endecasílabos, es una aventura. El gran Miguel Delibes, que se nos ha ido hace poco, siempre decía que había aprendido a escribir en el tratado de Derecho Mercantil de Garrigues. Porque todo libro contiene una lección, y en los diccionarios se comprime el mundo por orden alfabético. Los diccionarios (decía el abuelo de García Márquez) "son libros enormes que lo saben todo".

En este tiempo de globalidades e informáticas, conviene recordar cómo la experiencia de la vida se transmitió a través del libro. Un niño, hace siglos, descubría en un desván las novelas de caballería que habían leído sus abuelos, o los tratados místicos, o los relatos de la picaresca, o las novelas de aventuras, o la "Ilíada" o el "Decamerón" o la "Divina Comedia". Ese niño era un afortunado: el mundo se le abría como una sandía, fulgurante y feroz, y vivía muchas vidas sin echar de menos las herramientas globales que entonces ni existían ni necesitaban. ¿Hay algo más global que la conciencia, y más revolucionario que la sensibilidad?

Un niño leía a Quevedo ("cecina sois en hábito de arpía, y toda gala en vos es martingala") o a san Juan de la Cruz ("la blanca palomica al arca con el ramo se ha tornado") o a Antonio Machado ("mi corazón espera otro milagro de la primavera") o a Juan Ramón Jiménez ("Dios está azul") o a Federico ("el otoño vendrá con caracolas") o a León Felipe ("que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez solo y ligero, ligero, siempre ligero") y a ese niño se le abría el horizonte. En una vieja estantería de la aldea más lejana hay libros que, como los diccionarios del abuelo de García Márquez, lo saben todo.

Y saben, especialmente, lo que no saben. Es la lección que nos dejó Miguel de Cervantes, el manco de Lepanto y el soldado que nos enseñó a hablar. Lo dice muy bien el premio "Cervantes" de hoy, José Emilio Pacheco, en estos versos: "Vamos a ciegas en la oscuridad. Caminamos a oscuras en el fuego".

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