martes 08 de junio de 2010, 22:09h
Tras la mentira que nos hizo creyentes, la verdad nos hará libres. La Gran Mentira nos hizo creer que éramos ricos, que el Mercado Común Europeo era una Unión Europea, que el euro dejaría definitivamente atrás al dólar, que el hiperconsumo era mejor que el consumo, que los bancos y las cajas tenían “alma” como pregonaba La Caixa, que bancarizarse era de listos, que podíamos comprar todo lo que antes hacíamos, que tener dos o tres casas y otros tantos coches era lo propio, que los emolumentos del señor Lagartos y los créditos del señor Llamas eran de este mundo, que la opulencia es el estado natural del Hombre. Habíamos olvidado que las creencias son ajenas a la razón, que los dioses son ilusorios, que muchos acumulan cosas para que unos pocos acumulen capital, que un estornudo en Wall Street provoca neumonía en el mundo. ¡Qué ilusos! Esclavos de puro creyentes, como una feligresía, como un rebaño pastoreado por las mentiras fundamentales de la Iglesia.
Si el destino es el origen, olvidamos tener en cuenta de dónde venimos. Se vituperó a la memoria, a la conciencia histórica, al saber de los mayores, a la crítica emancipadora, y se ocultó la verdad en pos de la mentira que nos hizo creyentes. Creímos que éramos la octava potencia del mundo, y que, como dijo Zapatero, hasta su “amigo” Sarkozy veía flaquear la supremacía francesa ante la pujanza española. La verdad nos hará libres, pero la mentira nos hizo creyentes, nos alejó de la armonía del Ser con la cosa, de la aletheia que, como una mariposa, se deshizo en el ciclón.
La Gran Mentira fue propiciada por los dirigentes que se sometieron al dios de las finanzas. Lo advirtió Marx hace muchos años: los gobiernos serán marionetas de las multinacionales. Los gobiernos, como Pinocho, son muñecos movidos por los hilos financieros, marionetas adheridas a una nariz superlativa, nariz de mentirosos como cuenta la fábula. La obediencia ciega a las finanzas, hasta la instauración de la dictadura financiera, hizo trizas a las democracias, sucedáneos de una convivencia basada en los impuestos para mantener el aparato del Poder (financiero). ¡Qué estúpidos! La política financiera se implantó como conocimiento supremo, la locura de perseguir más de lo que se puede encontrar, de poner precio a la decencia que no cotizaba en bolsa.
Ahora, si no aparece la verdad liberadora, las finanzas, que desprecian y neutralizan cualquier control, se valdrán de nuevo de los comunicadores orgánicos, de la penuria lingüística del periodismo obsecuente, de las fusiones que aumentan el poder de reducir, es decir: de minimizar la condena del delito financiero hasta la categoría de reprimenda de colegio. Y así seguirá la codicia, recorriendo los milenios, como un sino que no cesa, en medio de la estupidez.
Eduardo Keudell. Periodista y escritor.