Finalmente será Nicolás Sarkozy quien el 16 de mayo tome el relevo de Jacques Chirac al frente de la presidencia de la República Francesa, con el apoyo del 53,06% de los votantes y la legitimidad que otorga una participación cercana al 84%.
Sarkozy ostentará desde su puesto de Presidente de la República la presidencia del Consejo de Ministros -con capacidad para nombrar al Primer Ministro que ha de ser ratificado por la Asamblea-, la presidencia del Consejo Superior de la Magistratura y, como Jefe del Ejército, la presidencia de los Consejos y Comités Superiores de la Defensa Nacional. Tendrá también la facultad de nombrar embajadores, tres miembros del Consejo Institucional incluyendo a su presidente, de negociar y ratificar los tratados en nombre de Francia, así como de disolver la Asamblea (no más de una vez al año) y de realizar una petición vinculante de una segunda revisión de las leyes aprobadas en el Parlamento.
Destaca de estas últimas elecciones presidenciales la representación de dos tiempos de estrategia bien diferenciados. El primero vendría marcado por la renuncia de todos los candidatos a llevar a cabo una lucha electoral clásica, centrada en un debate ideológico izquierda/derecha, a favor de un debate de “cercanía del electorado”. Es decir, la pelea no era izquierda o derecha sino arriba o abajo, más próximo a un votante o militante de base que a la oligarquía de su partido.
Este fue el camino que utilizó Ségolène Royal para hacerse con las primarias del Partido Socialista Francés y es la táctica que ha utilizado Nicolás Sarkozy para llevarse consigo no sólo al electorado clásico del UMP sino también al del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. Es curioso que tanto Ségolène como Sarkozy se hayan retratado en clave de ruptura con las cúpulas dirigentes de sus partidos cuando ambos candidatos- al igual que Bayrou (Ministro de de Educación de 1993-1997 con Chirac)- han tenido responsabilidades de gobierno: ministra ella de Medio Ambiente con Mitterrand y de Educación y de Familia e Infancia con Jospin; ministro él en 3 del los 5 años de mandato del Gobierno de Chirac, ostentando carteras como las de Interior o Presupuestos.
La segunda fase de la campaña, nos devolvió al modelo habitual de “desplazamiento” del debate para elegir entre izquierda o derecha. El punto álgido llegó con el debate televisado del 2 de Mayo, en el que se vio claramente la confrontación de dos modelos políticos. El de Sarkozy, el neoliberal basado en menos impuestos, menos Estado y más propietarios, que parecía resucitar el programa que llevó a la victoria a Margaret Thatcher; y el de Ségolène, un modelo socialdemócrata basado en el diálogo social, el refuerzo del sistema educativo y sanitario especialmente, y que, por lo tanto, mantiene la estructura y fuerza del Estado.
Sarkozy ya ha sacado sus conclusiones: sabe que su victoria se ha forjado en la primera fase de la campaña donde se establece su distancia ganadora de 6 puntos que no ha variado en la segunda vuelta. Así pues, desde el primer momento quiere que se le siga identificado más como “un militante de base” que gobierna que como un lejano Presidente de la República. Muestra de ello fue su primer discurso tras ganar las elecciones, en el que habló tanto de la política internacional y económica de su gobierno como de la situación de las enfermeras búlgaras y el médico palestino en Libia. Tenemos por lo tanto a un claro heredero del Gaullismo/populismo, del que da ejemplo el nombre que ha dado al periodo mediante hasta las legislativas de junio: “Los 100 días para poner en marcha el mandato del Pueblo”.
Mientras tanto, en la sede del Partido Socialista Francés de la calle Solférino, con una segunda derrota tras las últimas legislativas, es el momento de la reflexión. No se sabe si ésta irá encaminada hacia filias y fobias personales o hacia un verdadero análisis tendente a la democratización de los partidos, algo que no sólo en Francia es una asignatura pendiente. Se trata de que los partidos ofrezcan espacios de expresión y participación real a sus militantes y electores; y que el debate de ideas recupere terreno frente a los concursos de popularidad.