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La cara y el disimulo

La cara y el disimulo

domingo 13 de junio de 2010, 23:24h
José Luis Carod Rovira, ese gran humorista catalán, ha expresado su deseo de que las corridas de toros sean abolidas en el territorio de su autonomía.

Carod firmó en 1978 un manifiesto contra la Constitución Española, alegando que «los catalanes no son españoles». Yo también estoy convencido de que algunos catalanes son diferentes a cualquier español, especialmente los políticos, entre los que él se cuenta. Y comprendo que a algunos catalanes no le gusten los toros y a otros muchos, sí. Los colores y los gustos se hicieron para diferenciar a las personas.

Por ejemplo, a mi tampoco se me saltarían las lágrimas de emoción si me pusiera a bailar una sardana. Tampoco me entusiasma la sobrasada, ni la chistorra, ni la cocina de Adriá, ni el fuet, ni untar un bocata con butifarra. Todo es cuestión de estómago, de acostumbrar al estómago. De todas formas, señor Carod, siguiendo el consejo de un tal Cervantes, del que habrá oído hablar, como poco aunque de todo: “Come poco y cena menos, que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago”. Comprenderá que mientras haya embutidos de Guijuelo y jamones de La Alberca me sobra la chacinería catalana. No hablo por mí, hablo por mi estómago, el acostumbrado.

Como el señor José Luis fue en su infancia estudiante en el seminario de Tarragona, le cogió el gusto al humor cirial. Debió creer que, agradecer públicamente su formación a los profesores de aquel seminario, en el que  aprendió un poco de lo mucho que sabe, no era un buen detalle. Así que se burló de su juventud seminarista en cuanto tuvo ocasión poniéndose una corona de espinas en su privilegiada cabeza mientras caminaba por las calles de Jerusalén. Aquel esquech sublime gustó mucho entre los seminaristas rebotados. ¡Lástima que mi amigo y colega Paco Forjas, que vive allí por su sacerdocio profesional, no pudo evitar el lance! Lance equivale a paso. Paso lo hay teatral y procesional. A Carod yo lo hubiera subido en unas angarillas y procesionado por aquellas viejas calles. Y luego, ¡al pilón!, como los habitantes de Alcocer, que echaron el cristo al río porque no quería llover, según cuenta Cela en el Viaje a la Alcarria.

A este don José Luis no le gustan los toros. (Al nuestro tampoco). Quizá porque la llamada fiesta nacional se identifica en el mundo entero con España, que es de lo que huyen los republicanos antiespañoles catalanes.

A ese enconado detractor de los toros y la religión, a ese privilegiado charnego, hijo de benemérito guardia civil aragonés y laboriosa estanquera catalana, a ese que no quiso llamarse José Luis en TVE sino Josep Lluys, a ese abanderado de la estulticia le recomiendo que para enriquecimiento de su buen humor lea algún epigrama de Quevedo, escritor madrileño del que también habrá oído hablar. Por ejemplo uno que recuerdo de mis tiempos de estudiante: “La llaneza de tu cara/ en nada la disimulo, / pues profesara de culo, / si un ojo no le sobrara”.

José Delfín Val. Periodista y escritor.
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