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No lo puedo negar, a mí los vascos me caen bien, como de puta madre p’arriba. Son muy suyos los tíos, pero se les ve venir desde lo menos veinte solares de lejos. Y, en su tierra, se las saben todas. Porque saben vivir. Vivir, comer y beber. Cosa que pone de los nervios a mi señora, la Mati, doña Matilde para el servicio, cada vez que vamos por allá arriba. Y todo porque, de vez en cuando, nos reunimos sólo los tíos a cocinar. Y lo hacemos en un choco (o como coño se llame, que ellos lo escriben distinto, pero lo pronuncian asín) que es una cosa como las peñas esas de la fiesta mayor de Los Santos de la Humosa (que está en Madrid, pero casi tocando a mi pueblo de Chiloeches). Prohibida la entrada de las mujeres, como no sea luego las que tienen que ir a fregar los cacharros. Y no es que mi señora se haya vuelto feminista de esas de la paridad, que para paridad, la que me cuelga a mí en los bajos... Pero es que dice que hace poco moderno... ¡Y tiene el morro de decírmelo ella, que hasta que no me casé, no había salido de Azuqueca de Henares, y era de un antiguo y de un estrecho que no la caté hasta que el cura no nos echó las bendiciones!
Bueno, pues estaba en lo de los vascos. Que son auténticos a rabiar. Se las dan de cocineros, que hasta el Arguiñano, a su lado, parece algo así como un filipino en una pizzería, manoseando una de tres quesos. Lo que contaba. Que comen de la rehostia, como dicen ellos. Y no hablan de política. Sólo de vinos, de jamancia, de dónde se papea mejor y de las apuestas que hacen en el frontón. Ya sé que los vascos, al principio, por eso de las bombas y tal, pues que caen como fatal, aunque menos que los catalanes. Eso sí, son muy suyos. Como que nadie entra de promotor en su tierra. Porque puestos a no promocionar, es que no lo hacen ni ellos. Pero que quede claro, no lo hacen ellos en las Vascongadas, que ahora las llaman de otra forma.
Este mediodía ha estao el Zapatero por allí, a dar el mitin. Y algunos de mis conocimientos estaban acojonaos. ¡A ver si éste sigue mentando la bicha del urbanismo, que nos trae mala fama y casi la ruina!. Pues como que nones. Que la cosa –menos mal—iba de lo de siempre, que no hay que pegar tiros, que no hay que meter bombas, que mucho diálogo, que mucha paz, que mucha libertad. Que hay que intentarlo como dicen que dijo el Rey. O sea, lo de todos los telediarios. Como que es lo mismo que dice el Mariano Rajoy (un chollo esto de ser Registrador de la Propiedad, que cada mes me dejo un huevo de la cara y parte del otro en ellos).
Porque lo del urbanismo de los vascos es como uno de esos platos tan finos y sutiles que te hacen los cocineros importantes de allí arriba (y que te cobran que no sabes si estás pagando la comida o el impuesto revolucionario): saber saben a algo, especialmente si te lo dicen. Como la cosa esta de la construcción. No hay forma de mojar en los ayuntamientos. Ellos te dicen lo que tienes que hacer, cuando hay que hacerlo y donde hay que marcarse el detalle. Lo mismo da que sean del PNV (que vienen a ser como los el PP, pero con chapela, que es como llaman a la boina), socialistas, y hasta batasunos. Y no me vengáis con mandangas, que pringar, lo que se dice pringar, pringan todos, pero p’a la caja del partido, hasta cuando te arreglas, en mitad de un monte, la cuadreja del ganao, para sacarte un par de habitaciones para el turismo rural.
Bonito, lo que se dice bonito, o como muy apañao, sí que tienen el territorio. Allí ya no hay formar de echar cemento en condiciones como por Valencia o por Marbella. Ná de ná. Ni lo intentan los propios vascos. ¿Y p’a qué?, como que digo yo. Por arriba, por ejemplo y señalando, se van a Santander (que ahora le llaman Cantabria) y tienen donde hacerlo: Castro Urdiales, Laredo, Santoña, Noja... Bloques en primera línea de mar, chalés adosados por un tubo pegaditos a la montaña y, p’a disimular, algún casoplón en plan Falcon Crest para algún ricacho de Bilbao.
Pero no sólo están ahí los promotores vascos. Lo menos hace veinte años que te los encuentras compitiendo contigo en Levante, en la Costa del Sol y de Tarifa hasta Huelva. Y tienen vista los tíos. Que a ellos no se les pilla como a los mataos esos de la Operación Malaya. Se lo saben montar. Y saben dónde están los buenos negocios. Con los ayuntamientos valencianos del PP les funcionó lo del cuentolalástima: “habemos venido aquí porque nos hemos negado a pagarle a los etarras”. Y era verdad. Ellos no pagaron. ¿P’a qué, coño, si ya se encargaron algunos despachos de abogados de hacerlo?
Eso sí, algunos de mis mejores inversores, como que llevan dieciséis apellidos vascos detrás. Y con ellos me lo paso del copón, se ponga como se ponga mi señora, la Mati. Aunque, últimamente, entre una espuma de bogavante y unas buenas cocochas al pilpil, como que me quedo con las cocochas y un chuletón de dos kilos de postre. Y es que a mí, los vascos me siguen cayendo de puta madre.