Sufren, se nota que sufren. Nunca unos líderes sindicales han convocado una huelga con menos entusiasmo y tanto pesar. El propio
Fernández Toxo lo ha resumido mejor que nadie: "Es una gran putada", ha dicho refiriéndose a la convocatoria de huelga general para el próximo 29 de septiembre.
Y
Cándido Méndez también se lamenta de la situación haciendo esfuerzos por echar la culpa de lo que pasa a la derecha, como si fuera el PP quien está en la Moncloa en vez de
Rodríguez Zapatero.
Hay tan poco entusiasmo, tan poco convencimiento y tanto lamento en la convocatoria de la huelga general que más valía que la desconvocaran.
En realidad los trabajadores no están por la labor de hacer una huelga general. No hay clima de huelga general y no porque los ciudadanos no tengan ganas de castigar y protestar contra el Gobierno. Sencillamente es que en esta ocasión nadie le ve la virtualidad a la huelga general. Ya digo que la actitud de los sindicatos tampoco ayuda.
Eso sí, los sindicatos deberían de replantearse su papel en la sociedad actual. Vaya por delante que en mi opinión son más necesarios que nunca, pero no ejerciendo una función de compañeros de viaje del Gobierno.
Hace años que los sindicatos han desaparecido de la mayoría de las pequeñas y
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medianas empresas y que los trabajadores se solventan sus problemas como buenamente pueden. Tampoco han sido capaces de defender a los desempleados, sino que se han dedicado fundamentalmente a quienes ya tenían trabajo. De manera que muchos trabajadores sienten que los sindicatos nada tienen que ver con ellos o con sus intereses porque se han sentido desamparados cuando más les han necesitado, es decir navegando en el paro.
El sindicalismo español tiene que entrar en el siglo XXI, y eso no pasa por ser más duro ni menos duro, pero sí equidistante con el poder, el que sea, sin que eso suponga que no deban negociar y llegar a acuerdos que favorezcan a los trabajadores.
Durante los años de la Transición los sindicatos jugaron un papel trascendental y sus líderes hicieron que se escuchara la voz de los trabajadores. Los políticos tenían que mirar a los sindicatos y sus líderes eran respetados. En los últimos años, Cándido Méndez ha sido una especie de ministro en la sombra en el Gobierno Zapatero, y esa connivencia le ha ido restando credibilidad.
UGT y CCOO tienen que reinventarse porque son necesarios, porque la situación de los trabajadores sería peor sin los sindicatos. A mí juicio, tienen razón en rechazar algunos aspectos de la proyectada reforma laboral, pero se han equivocado convocando una huelga general y, lo que es peor, están ofreciendo una imagen patética doliéndose en público por haberla convocado.