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Un loco en la casa de vecindad

Un loco en la casa de vecindad

jueves 16 de septiembre de 2010, 16:57h

Las creencias religiosas de un lado y el derecho a la libertad de expresión del otro

La semana pasada la atención del mundo giró alrededor de un pastor evangélico, calificado como poco cuerdo por su propia hija, que advertía con quemar públicamente ejemplares del Corán. No obstante ser un acto de apostasía mayúsculo para los musulmanes, que amenazaba con volcar las calles de sus ciudades en contra de Estados Unidos, el Presidente de la nación más poderosa de la tierra se evidenció impotente para frenar a su loco suelto. Este último estaba amparado por el derecho a la libertad de expresión que le garantiza la Constitución de su país.

El avance e impacto combinado de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones ha conducido a lo que la académica de Cambridge, Frances Cairncross, bautizó, a finales de los noventa, como "la muerte de la distancia". Para ella, esto conducía a "incrementar la comprensión, alentar la tolerancia y promover la paz mundial" (The Death of Distance, Boston, 1997). De manera similar Thomas Friedman ha hecho la apología de un "mundo plano" (léase globalizado), en el que la sinergia desatada por cientos de millones de seres humanos de diversas latitudes, empujando en una misma dirección, conduce a una era de prosperidad y entendimiento.

Sin embargo, hay otra dimensión del tema que no se plantea a escala horizontal, sinónimo del mundo "plano", sino a nivel vertical: expresión de lo raigal. Michelle Le Baron y Jarle Croker han simbolizado a la cultura con la metáfora de un iceberg sumergido. Es decir, como un entretejido profundo de significados, creencias y convicciones (Harvard International Review, Cambridge, otoño, 2000). Siendo así, la interconexión entre los seres humanos de diversas latitudes a los que inducen la tecnología y la globalización, se desarrolla únicamente al nivel de la punta del iceberg que sobresale a la superficie del agua. Por debajo aparece la diversidad difícilmente conciliable de las identidades, el "choque de las civilizaciones" al que aludía Huntington.

Así las cosas, el exceso de cercanía producido por la "muerte de la distancia" resulta más apto para generar conflictos que para promover la paz. Más que a una aldea global, esta proximidad conduce a una casa de vecindad planetaria en la que seres demasiado diferentes se ven obligados a convivir demasiado juntos. Episodios anteriores como las caricaturas de Mahoma en un diario danés o el discurso de Benedicto XVI en una universidad alemana, en el que se citaba una frase crítica al islamismo pronunciada por un Emperador de Bizancio hace cinco siglos, desataron el furor islámico. Es lo que ocurre cuando los vecinos se enteran instantáneamente de lo que se susurra en cualquier lugar de la casa.

Lo anterior resulta tanto más significativo cuando de lado y lado se esgrimen valores raigales. Las creencias religiosas de un lado y el derecho a la libertad de expresión del otro. Bajo tales condiciones, las acciones individuales de cualquier desquiciado son capaces de poner en movimiento una dinámica mayúscula de confrontación entre civilizaciones diferentes. El loco de la semana pasada desistió, ¿pero cuantos más no estarán dispuestos a copiarlo? ¿Es sostenible esta vecindad entre extraños tan disímiles?

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