La mala de la película

Puede, en efecto, que la situación de desamparo y postración de los gitanos de Rumanía y Bulgaria que Sarkozy deporta genere tensiones y alarma social, pero, en todo caso, nada comparado con las tensiones y las alarmas que genera el propio Sarkozy. Claro que tampoco es el único mandatario de la Unión Europea que merecería un cursillo intensivo sobre valores democráticos para, en los casos en que aún fuera posible, su reeducación. Tanto es así, tantos son los políticos europeos necesitados de ese cursillo, que la comisaria de Justicia de la UE, Viviane Reding, la única voz institucional que se ha alzado frente a los desafueros de Nicolás Sarkozy, ha quedado como la mala de la película, como una tía intemperante y bocas.

Reding, como se sabe, estableció cierto paralelismo moral entre las persecuciones racistas de Sarkozy y las que, en la Alemania nazi, fueron prólogo del horror absoluto de la II Guerra Mundial, para ilustrar el caso y argumentar las eventuales sanciones por semejante violación de las leyes comunitarias, la perpetrada por el ejecutivo francés contra la principal de ellas, la que garantiza el derecho a la libre circulación de las personas. Hay que señalar que Viviane Reding no es una señora que pasaba por allí, por Bruselas, sino que es la titular, como si dijéramos, del ministerio de Justicia de la Unión Europea, de suerte que si hubiera callado ante los atropellos racistas de Sarkozy, ya no cabría establecer paralelismo moral con los desmanes de la Alemania nazi, sino paralelismo total. Sin embargo, todos los coleguillas de Sarkozy, empezando por un José Luis Rodríguez Zapatero que enterró hace mucho su inicial buenísimo y que debe al franco-húngaro parte de los éxitos recientes de la lucha contra ETA y una silla en el G-20, han hecho piña con él y juran y perjuran que se trata de una bellísima persona.

   La mala, la malísima de la película, la borde, la aguafiestas, es, al parecer, esa comisaria de Justicia que cree, será ilusa, en la justicia.