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La guinda

miércoles 22 de septiembre de 2010, 08:28h
    La Junta de Andalucía ha aprobado una indemnización de 1.800 euros para las mujeres que, durante la Guerra Civil y la dictadura, fueron objetos de vejaciones y de represalias. Vejaciones como violaciones o cortarles el pelo al cero u obligarlas a tomar aceite de ricino; y represalias como una humillación permanente a ellas y a sus hijos por haberse enfrentado al franquismo.

    Todo esto nos recuerda una España muy triste y muy injusta., la dura y cruel historia de la “larga noche de piedra”.

    Pero lo que nos preguntamos, desde el más absoluto respeto a las víctimas de ambos bandos en la guerra INCIVIL, es si, en una España con casi cinco millones de parados, con las arcas públicas vacías, y en una Andalucía tan digna como empobrecida,  y  35 años tras la muerte de Franco, estas medidas encajan en la lógica de la realidad o, por el contrario, son concesiones a la demagogia y hasta a la frivolidad.

    Y no lo decimos nosotros: lo dicen nuestros oyentes, en numerosos mensajes que han llegado a nuestra redacción esta mañana, y cuyo denominador común es éste: “mejor que respeten e incrementen las pensiones de esas mujeres  -de las víctimas de ambos bandos-  que venir ahora con medidas que no hacen más que hurgar en la herida de las dos Españas”.

    Desde la Junta de Andalucía se dice que esa cantidad - -los 1.800 euros- es “puramente simbólica”, que no se trata de una “cuestión económica”, que es un reconocimiento para “reparar un daño”.

     Estamos seguros, amigos, de que esas mujeres, ya ancianas, y que tanto sufrieron en la guerra y en el monte y en los arrabales de los cortijos y en el hambre y en los inviernos, esas mujeres,  puesto que son fuertes y amantes de la justicia social, celebrarían mejor que el Gobierno   (el andaluz o el central) adoptase otras medidas más razonables. Por ejemplo, que las viudas recibiesen una pensión que les permitiese cubrir sus necesidades. Y que la cuantía de esa pensión se incrementase con el paso del tiempo y de acuerdo con la carestía de la vida. Y que esa política de respeto a los mayores no entendiese de signo político ni de raza ni de color. Y que, en fin, envejecer, en España, para muchas mujeres y para muchos hombres, no fuese acceder a la marginación y a la pobreza. Porque tener que acudir a un comedor de “Cáritas” o no tener dinero ni para un asilo, no entiende de ideologías, y es el verdadero y dramático corte de pelo o el amargo aceite de ricino de la España de hoy.

    La realidad, señores de la Junta de Andalucía, es tan dura que, a veces, la nostalgia, por muy buenas que sean las intenciones y los sentimientos que la guíen, es una mala consejera.


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