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Un juramento valiente

Un juramento valiente

viernes 15 de octubre de 2010, 10:24h
Bajo la dictadura franquista, nuestros mayores, ante aquella incipiente lucha armada de ETA nacida al calor de la revolución cubana y argelina, siempre decían que “las instituciones tenían que ser más fuertes que las personas”. Habían vivido la tumultuosa libertad de los tiempos de la República y ese comentario era uno de los constantes junto a la idea clara que se debía protestar siempre por la anulación de los derechos forales y trabajar para eliminar las leyes abolitorias de 1839 y 1876. Y, reconocido el error de la ausencia del Pacto de San Sebastián en 1930, siempre decían que había que participar en todo hasta en un congreso de bomberos.

No era pues de extrañar que lo que había ocurrido un 7 de octubre de 1936, cuando se eligió al primer Lehendakari de la historia y se formó un gobierno de concentración, llamado provisional (duró 42 años), fuera para ellos todo un hito que había que recordar cada año para transmitir a las nuevas generaciones aquella institucionalidad perdida, junto al debido mantenimiento económico del gobierno en el exilio que se logró, principalmente, gracias a las aportaciones de los vascos de Venezuela, que de haber llegado a dicho país en 1939 con el cielo arriba y la tierra abajo, habían logrado el suficiente status económico para no olvidarse de aquel Lehendakari y de aquel gobierno que mantenía la llama de una legitimidad conculcada. Si a eso se le añadía el hecho de que aquel gobierno había sido el primero, y había contado con moneda, ejército, pasaporte, Selección de fútbol y hasta política exterior, aunque sea de forma precaria y si a todo esto se le unía la personalidad arrolladora del Lehendakari Aguirre, ese tatuaje a fuego estaba muy dentro del corazón de los vascos demócratas y de los exiliados.

Recuerdo esto porque nosotros el primer poster que editamos en Euzko Gaztedi del Centro Vasco de Caracas, no fue un poster del Che Guevara, que era lo que estaba de moda, sino la fotografía ampliada del Lehendakari Aguirre jurando su cargo en Gernika con su nuevo gobierno detrás. Habían pasado treinta años de aquel hecho, los protagonistas iban desapareciendo, y la mentada institucionalidad, se estaba quedando color sepia. ¿Quien se acordaba de que en París vivía el Lehendakari Leizaola manteniendo a duras penas aquella llama mientras lo noticioso era la acción armada de ETA y la seducción que ésta experimentaba en una juventud harta de una persecución preferencial a todo lo vasco?.

Y sin embargo se hizo. Recuerdo a Mario Onaindia despidiendo al Lehendakari Leizaola en EI Portalón en 1981 cuando el Lehendakari dejaba el Parlamento Vasco”. “Tras ser excarcelados decidimos ir a París a visitar a Leizaola y contarle nuestros planes, -dijo en el brindis-. Apenas nos dejó hablar pues se puso a explicarnos la importancia de la revista “kili kili” para recuperar con dibujos y cuentos infantiles el euskera. Salimos de allí indignados. ¡Este hombre está fuera de la realidad!. Pero hoy, tengo que decir que quienes estábamos fuera de la realidad éramos nosotros. Aquel hombre nos hablaba del euskera y de su recuperación y nosotros de lucha armada y lucha callejera".

De todo esto me acordé el pasado 7 de octubre cuando dirigido por Gontzal Mendibil y auspiciado por la Fundación Sabino Arana, en la Casa de Juntas de Gernika, se escenificó magníficamente lo que había ocurrido aquella tarde de 1936. Aquella mañana se había elegido en Bilbao a Aguirre, a través de los ayuntamientos. Posteriormente el EBB le había acompañado a jurar fidelidad al PNV ante la virgen de Begoña y por la tarde, se había hecho la entrega del poder por parte de la República al nuevo Lehendakari. En la escenificación de aquel hecho se reprodujeron las mismas palabras que pronunciaron unos y otros. Patxuko Abrisketa, que hizo el pasado 7 de octubre del gobernador Echeverría Novoa, gritó incluso un “¡Viva la República!” que le salió del alma.

De los lehendakaris que hemos tenido solo acudió José Antonio Ardanza. Patxi López no quiso participar en la escenificación de un recuerdo que de verdad valió la pena y que ojalá se repitiese cada año para que aquel hito comience a formar parte, y para siempre, de nuestra memoria histórica. Bajo la dictadura y en el exilio lo fue.

Tras la lectura de las actas y de la entrega del poder a Aguirre aquel 7 de octubre, éste tomó la palabra leyendo el acuerdo programático de aquel gobierno que fue un documento de acusada sensibilidad social. La derecha estaba enfrente disparando pero allí nacía un gobierno "para gobernar y hacer justicia". De lo leído, me llamó la atención que Aguirre defendiera claramente su perfil de cristiano comprometido que luego se plasmó en el Juramento. Venía a decir que si bien se había pactado un plan de gobierno entre nacionalistas, republicanos, socialistas y comunistas, él era el de siempre y sus compañeros así lo admitían. Dijo así:

“Quiero ser hoy corto en palabras. Quiero ir ahora mismo a prestar juramento junto al árbol histórico y lo haré como creyente, como magistrado de este pueblo y como vasco. Yo sé que este triple juramento aún los no creyentes lo respetaréis, porque, aunque el Gobierno que se ha constituido esté integrado por hombres de distintas ideologías, estamos todos hermanados por una labor de Gobierno fijada en un programa de común acuerdo redactado sin vacilaciones, sin titubeos, con el corazón en la mano.

“Tengo la seguridad de que en este juramento mío vais a tener todos mi lealtad, mi fidelidad al mandato reci¬bido en beneficio de mis compañeros de Gobierno y en beneficio de todos vosotros.

“Agradezco en el alma esta manifestación cordial y jubilosa que me llega al corazón y, después de este testimonio obligado de agradecimiento, vayamos ahí afuera, bajo el árbol tradicional, y renovando la tradición, rota por los ascendientes de los que hoy nos combaten en el campo de batalla, rota por los monarcas felones volvamos en estos momentos, en que triunfa la democracia y la libertad, a quitar las telarañas al árbol prestando nuestro juramento, a reanudar una vida de libertad, de justicia y de democracia”.

Decían de Aguirre que le caracterizaban dos cosas. Era un optimista impenitente y decía lo mismo en público que en privado. No engañaba. Lo vemos en lo que he transcrito sobre su juramento, juramento que Patxi López machacó y desfiguró sin pedir permiso a nadie el año pasado para presentarse como un falso progre que le quitaba telarañas a aquel bellísimo compromiso.

Y quizás por eso Aguirre tenía tanto atractivo político, y por eso ha pasado a la historia y hoy lo recordamos en tiempos en los que la política cae a las últimas casillas en las encuestas.

Patxi López, en Lehendakaritza, recordando aquel gobierno dijo que habían sido “nuestros pioneros”. Y es verdad, pero una cosa es la que dice López y otra la que hace. Les ha irrespetado apostando por celebrar el segundo estatuto, el sin cumplir, en lugar del primero, el histórico y además celebrarlo con quien en 1936 disparaba contra él y en 1979, votaba NO y hacía campaña para que no se aprobara. Una canallada histórica impropia de un Lehendakari "de todos" como nos dijo que sería. Y para colmo, ese día, el 25 de octubre, es el cumpleaños de Basagoiti. ¡Como para celebrarlo!.

No me extraña por tanto que la juventud ponga en duda la credibilidad de la política y se aleje de ella. De ahí que en momentos como estos en los que pactar en Madrid es poco menos que una traición, en momentos en los que al parecer el verdadero interés por lograr la paz está en quienes durante treinta años han jaleado la existencia de la violencia, en momentos en los que lograr un acuerdo de la envergadura del desarrollo estatutario es pecata minuta, en momentos en los que si no repites cincuenta veces durante el día, aunque no venga a cuento, que eres independentista, una minoría comienza a tildarlo de tibieza, aunque luego durante el día no hagan nada para reforzar Euzkadi. En momentos en los que se cumplen setenta años de la unión de “Comunión" y "Aberri" en Bergara que reforzó al nacionalismo durante la República pero se ve mejor mirar a un polo soberanista que lo que quiere es sustituir al PNV en todo, sin darse cuenta que la actual “Aberri” es “Hamaika Bat” y no HB. Y en momentos en los que hacer política en serio parecería que es ensuciarse las manos, es cuando resurge con fuerza el ejemplo y la referencia de aquel liderazgo de Aguirre limpio y sincero, cristiano e institucional, posibilista y gradual sin dejar de ser abertzale, y sobre todo ético.

Es lo que vimos en Gernika este pasado 7 de octubre, para que no se nos olvide. Por eso algunos faltaron.


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