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Crisis de gobierno

Crisis de gobierno

viernes 22 de octubre de 2010, 10:05h

Hoy les hablamos desde Asturias, desde Oviedo, donde esta tarde se entregan, en una solemne ceremonia, en el teatro Campoamor, los premios Príncipe de Asturias 2010, unos galardones que, desde hace más de treinta años, distinguen a personas o instituciones ejemplares en el mundo de las artes, las letras, la ciencia, la comunicación o la concordia. Unos premios que, en más de un caso, en más de diez ocasiones, se anticiparon a los premios Nobel, como ocurrió este mismo año con Mario Vargas Llosa, que fue premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1986, o con Camilo José Cela, también galardonado aquí, en Oviedo, antes de recibir el Nobel en Estocolmo.

Oviedo es hoy la capital mundial de la cultura, y lo viene siendo durante toda la semana. Algunos galardonados con esta distinción que lleva el título del heredero de la Corona de España están aquí desde hace  varios días predicando su hermosa lección en distintos foros. Lo han hecho los arqueólogos chinos que cuidan los guerreros de Xián…; el escritor libanés Amin Maalouf, el padre de “León el africano”; el escultor de origen mallorquín, y reconocido mundialmente, Richard Serra; el coordinador español de trasplantes de órganos, Rafael Matesanz; o, en fin, el seleccionador nacional de fútbol, Vicente del Bosque; y otras muchas personas admirables.

Asturias, una comunidad autónoma de poco más de un millón de habitantes, cuna de España, territorio donde se inició la forja de esta gran nación, es hoy una fiesta en la que nadie es ajeno al tributo que se le debe a la inteligencia, a la creatividad, al riesgo, a la pasión por vencer dificultades y por alcanzar las metas a las que nos llevan los mejores sueños.

“Protagonistas” viene siendo testigo, desde hace más de tres décadas, de este milagro en que cada otoño se produce en Asturias, y que es la implicación, la participación, la complicidad de un pueblo con lo mejor de lo que ocurre en el mundo. Es como si laboratorios en que se sacrifican los científicos, en horarios interminables y movidos por la pasión de descubrir, se llenasen súbitamente de aplausos,  o como si los ordenadores o las máquinas en que se recrea la magia de la literatura desbordasen sus palabras y las arrojasen, como las hojas del otoño, a los parques y a las avenidas por los que pasean los niños y los ancianos y los lectores y los soñadores.

Desde Oviedo, amigos, les hablamos. Desde la ciudad que impresionó a Nelson Mandela, que sedujo a Woody Allen, la que sabe de laureles y novelas, de lluvia y de viento sur y de amaneceres. La capital honrosamente provinciana que, aún siendo la realidad asturiana dura y cuesta arriba, sabe salir a la calle para celebrar la fiesta de la inteligencia.

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