León de la Riva, el displicente alcalde de Valladolid, sólo es uno de esos chuletas “tabernarios” —en palabras de
Pérez Rubalcaba— que tanto abundan en este país. Ni más ni menos.
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En cambio,
Fidel y
Raúl Castro, por poner un ejemplo bien sencillo, llevan sojuzgando a su país 60 años, lo que es mucho peor. Pero seguro que a ellos no les negaría el saludo la ministra
González Sinde, como sí ha sucedido con el zafio alcalde pucelano.
De hecho, por nuestro país han pasado dictadores sanguinarios, como el guineano
Teodoro Obiang, por poner otro ejemplo, que sí han sido recibidos con todos los honores por nuestro obsequioso Gobierno.
Y no les cuento cuando primeras damas occidentales, como
Carla Bruni, o mismamente la princesa
Letizia —sin necesidad de descender más peldaños en el recuerdo— han visitado países islámicos. En un momento u otro, todas han tenido que cubrir su cabeza con un velo para no desairar así a los misóginos intérpretes del Corán. Ante ese hecho, ni a ellas, ni a las
miembras de nuestro Gobierno, que diría
Bibiana Aído, se les ha ocurrido rasgarse las vestiduras, nunca mejor dicho.
Lo de
González Sinde y compañía, convirtiendo en paradigma de indignidad la solemne metedura de pata de León de la Riva mientras que se humillan sin rechistar ante los déspotas de medio mundo, tiene un nombre: el de hipocresía; y un adjetivo: el de oportunista. Si no, con el mismo empeño habrían denunciado mucho antes los innumerables casos de machismo en otros partidos y en el suyo propio. Pero los partidos políticos no están para eso, sino para meter el dedo en el ojo ajeno y regodearse con ello.
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