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España: más empresas, menos Gobierno

España: más empresas, menos Gobierno

sábado 06 de noviembre de 2010, 14:40h
No todo van a ser malas noticias. Somos un país que atraviesa un mal, casi un pésimo momento político, pero lo que más importa, esto es, el esfuerzo y el nervio empresarial, subsisten, como puede comprobarse en la información publicada por este Diario Crítico de la Economía. La noticia es que la española ACS vuelve a encabezar en 2010 el listado de las mayores empresas concesionarias en el mundo de las infraestructuras. Entre 1985 y 2010 la española ha sido titular de 60 proyectos y en la actualidad tiene otros 52 en perspectivas. ACS es líder indiscutible al haber participado en 60 proyectos entre 1985 y 2010. Una suma a la que hay que añadir otras 52 concesiones en perspectivas. La firma que preside el emblemático ingeniero de caminos y empresario Florentino Pérez, también presidente del Real Madrid, en los últimos años ha ganado peso en mercados clave como Estados Unidos y uno de sus más recientes y notables éxitos ha sido el de la adjudicación de la Interestatal 595 de Texas.

Pero hay más, para legítima satisfacción del mundo de la economía real, esto es, del mundo empresarial español. Y es que, junto a ACS, los ocupantes de las posiciones segunda, tercera y cuarta también son referencias españolas. Globalvía, la entidad participada por FCC y Caja Madrid, cuenta con 37 proyectos en su portfolio de oportunidades, según la referida publicación. La catalana Abertis, tercera en el listado, figura con 40 concesiones y otras siete en el punto de mira. Y Ferrovial aparece con 38 infraestructuras operadas desde 1985 y 12 con posibilidades de entrar en la cesta que gestiona su filial Cintra. OHL ocupa la valiosa séptima posición en la importante y significativa lista. El grupo OHL que controla Juan Miguel Villar Mir, tiene como registro 29 infraestructuras, con especial peso en Brasil y México.

Lo que merece la pena subrayar de tan significativos datos, referidos nada menos que al espacio más competitivo y difícil de la actividad, como es sin duda el de las infraestructuras, es que la actual decadencia política de nuestro país, fruto de un Gobierno que no es ya solo reconocido por todos como el peor, a enorme distancia, desde el inicio de la actual etapa democrática, sino que ha perdido cualquier vestigio de orientación razonable en el crucial espacio de la política económica, no ha conseguido todavía asfixiar la potencia de nuestras empresas y la capacidad de nuestros líderes empresariales. La economía real, esto es, la que se plasma en la actividad y competitividad de las empresas, mantiene un pulso tanto más admirable en un marco de falta de asistencia, cuando no incluso de acción contraproducente, del poder político. Para decirlo con entera claridad, en nuestro país la crisis es política, no empresarial. Es fácil y legítimo imaginar lo que seríamos capaces de hacer si España tuviera, y por tanto nuestros empresarios tuvieran, el Gobierno que nos merecemos, esto es, un Gobierno defensor del libre mercado y por tanto impulsor de la libre iniciativa empresarial, como el que los británicos se han otorgado en las recientes últimas elecciones.

Y es que se trata, en definitiva, de creer o no creer en los valores de la libertad en todo, incluso en la actividad económica, o dicho de manera aún más transparente, de tener el coraje, como lo han tenido recientemente esos bien informados electores británicos, de asumir que lo verdaderamente importante y sostenible no es el llamado Estado de Bienestar, sino la sociedad del bienestar. Naturalmente que esto implica otra manera, más libre y más competitiva, pero también más esperanzadora y sólida, de entender las realidades económicas y sociales en un país moderno y avanzado como el que pretendemos. El creciente poder de los Estados no sólo es ineficaz sino inmoral, ya que está fomentando la insolidaridad y la creación de grupos de interés minoritarios que capturan al legislador e imponen a la mayoría las consecuencias de sus objetivos. El Estado trata de convencernos de que somos incapaces de ser previsores, de que no podemos sobrevivir sin su ayuda, lo que no es verdad. Que nos quede, al menos, la dignidad de aquel jornalero granadino que, ante el soborno del agente electoral que buscaba comprar su voto, respondió impasible: “En mi hambre mando yo”.
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