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Obama en el 2012

Obama en el 2012

jueves 11 de noviembre de 2010, 18:16h

El claro mensaje recibido del electorado puede ser una campanada de alerta a tiempo

El pasado 2 de noviembre los republicanos obtuvieron el mayor triunfo en elecciones legislativas en 72 años. Sesenta curules ganados en la Cámara de Representantes, y al menos seis en la del Senado, con algunas elecciones tan cerradas que todavía están en proceso de recuento. Aunque el control del Senado se les escapó por los pelos, el de la Cámara Baja resulta apabullante. A ello se une el éxito que obtuvieron en la mayoría de las gobernaciones en contienda. Con este escenario como telón de fondo, la pregunta es clara: ¿Qué posibilidades tiene Obama en el 2012?

Este último cuenta con elementos en su contra y a su favor. Los primeros son claros. Las políticas de Obama van a contracorriente de la mayoría de un país situado más a la derecha que él. El que un progresista obtuviese hace dos años un triunfo tan contundente, en una nación predominantemente conservadora, es todavía una interrogante por responder. A ello se une la persistencia de un desempleo que difícilmente habrá sido superado para el 2012, máxime cuando el equilibrio negativo de fuerzas entre los poderes Ejecutivo y Legislativo conspirará contra la puesta en marcha de correctivos definidos. Por si lo anterior fuera poco, Obama está viendo salir de escena a unos cuantos gobernadores demócratas que le hubiesen sido de inmensa utilidad en las próximas elecciones presidenciales. Ello resulta particularmente relevante en relación a los de Florida, Michigan, Ohio y Pennsylvania, que constituyen lo que se denomina como estados oscilantes. Es decir, que con igual facilidad pueden irse con uno u otro partido y que, por tanto, resultan clave para inclinar la balanza hacia alguno de los lados.

Los elementos a su favor son más sutiles, en la medida en que consisten en ver lo bueno que puede sacar de lo malo. En primer lugar, el claro mensaje recibido del electorado puede ser una campanada de alerta a tiempo, que lo obligue, al igual que a Clinton en 1994, a navegar en dirección a las preferencias mayoritarias. Ello, indudablemente, frustraría inmensamente al sector progresista de su partido, pero le generaría mayor sintonía con el grueso de un electorado del cual se había alejado demasiado. En segundo lugar forzará al Partido Republicano, que hasta ahora había transitado de gratis con una simple propuesta de oposición a ultranza, a tener que corresponsabilizarse del proceso de toma de decisiones. En un ambiente de crisis económica y desempleo ello le implicará costos que antes pudo evadir. Como ocurrió con los republicanos entre 1994 y 1996 o con la derecha francesa cuando ganó las elecciones legislativas en 1986 y debió compartir gobierno con Mitterrand, el tiro puede salirle por la culata. Máxime cuando los excesos del "tea party" pueden asustar a muchos. En tercer lugar, la percibida debilidad del ocupante de la Casa Blanca seguramente propiciará una salida prematura al ruedo de los aspirantes presidenciales republicanos, sacando a relucir las fracturas internas de ese partido. Más aún, el posible éxito de una candidatura presidencial emanada del "tea party", podría colocar a Obama ante un "inelegible" a la presidencia. Obama el progresista está acabado, pero Obama el Presidente está lejos de estarlo.

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