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Carlos Edmundo de Ory

Carlos Edmundo de Ory

sábado 13 de noviembre de 2010, 12:56h
Me llega, el jueves pasado, un correo electrónico del Instituto Cervantes en el que, de entrada, sólo puedo leer este texto: “Declaraciones Caffarel sobre Ory”. Como navarro  tendría que haber pensado que Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes, hacía declaraciones sobre el Pico de Ory de nuestros Pirineos. Pero,  sin embargo, llevado de mi optimismo incurable, mi primer pensamiento fue este: ¿qué premio le han dado al magnífico poeta Carlos Edmundo de Ory?  Me alegré de que Ory hubiera recibido ese premio imaginario que, sin acordarme en aquel momento de que se concedió en junio pasado,  quizá había sido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.  Pero mi optimismo se vino al instante abajo. Abrí el correo, y una entradilla decía que la directora del Cervantes hacía declaraciones por el fallecimiento de Carlos Edmundo de Ory.  Me vino a la memoria el verso de Ory “matricúlame de muerte en la alcaldía”.

Este verso lo memoricé por aquellas fechas, ya prehistóricas,  en que se separaron los  Beatles. Por entonces, Félix Grande preparó para Edhasa la edición del extraordinario libro, de 350 páginas,  Poesía 1945-1969 de Carlos Edmundo de Ory.  Invito al lector/a a que recite en voz alta ocho o diez veces el magistral verso “matricúlame de muerte en la alcaldía”  y percibirá esa exquisita música que oímos cuando leemos a los poetas con el oído mejor educado musicalmente: fray Luis de León,  san Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Rubén Darío, Manuel Machado – que en musicalidad es superior a su genial hermano Antonio, que, en otros terrenos extramusicales, es superior a su hermano Manuel -,  Lorca, Gerardo DiegoJaime Gil de Biedma, entre otros ciclistas.  Incluso el mismo Garcilaso, inmortal, entre otras razones, porque es paisano de Federico Martín Bahamontes, El Águila de Toledo, y porque aclimató el endecasílabo italiano en nuestra poesía, en el terreno de la musicalidad, quizá no es tan bueno como Ory. Los juegos verbales de los maravillosos sonetos “La Virgen del aprisco” y “Satán al aparato”, de Ory,  son el equivalente de los malabarismos que hemos visto hacer con el balón a Zidane, RonaldinhoMessi y Cristiano Ronaldo. El equivalente de aquel vídeo  en que veíamos a Ronaldinho subir - ¿o bajar? - escaleras haciendo malabarismos con el balón  es el soneto “La Virgen del aprisco” cuyo segundo verso – “el humo que en la loma se amotina” -, probablemente, es uno de los diez mejores versos de la poesía escrita en español de todos los tiempos.

 Invito al lector/a a que lea este soneto y recite en voz alta este verso veinte o treinta  a veces – yo lo he recitado muchas más  y siempre con máximo placer – y perciba a través de la levedad de los sonidos de las palabras del verso la lentísima, aérea  e insonora  disolución del humo cuando se amotina. Un motín lo asociamos siempre al ruido extremo. Pero la expansión del humo, por muy amotinado que esté,  no genera el menor ruido. En el verso hay tres eles, tres emes y dos enes, frente a una qu y una te: es decir, el ochenta por ciento de las consonantes genera sonidos líquidos – la ele - y nasales – la eme y la ene -,  que producen sensaciones de la más leve ingravidez. Este verso de Ory me lleva a recordar el verso “maioresque cadunt altis de montibus umbrae” (“y más grandes caen las sombras desde las cumbres de los montes”),  de  Virgilio,  que es, en latín,  otro prodigio musical.

He aquí los títulos de algunos sonetos maravillosos de Ory: “La casa muerta”, “El hombre de los palomares sucios”, “El santurrón”, “Denise”, “Un verso más”. A Ory, residente en Francia desde 1955, le fue muy útil el molde del soneto,  que encauzó su desatada tendencia al hiperlirismo. En 1942 , junto con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, fundó en Madrid el movimiento postista. El postismo  reivindicaba las vanguardias de preguerra, que, en aquella España de inicios de posguerra, se habían ido a criar malvas. Ha fallecido a los 87 años. Nos deja auténticas joyas en verso y prosa  y un legado cedido a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Ory depositó, el 6 de noviembre de 2007, en la caja 998 dos cilindros de cartón con documentos en el interior. Su contenido no se revelará hasta el año 2022. Asistí a  aquel acto de la cesión de documentos y fue la última vez que hablé con él.

 En los años 70, sentí veneración por Ory. En una carta incluso le llegué a llamar maestro y él se lo tomó tan en serio que me contestó que él no era mi maestro porque no es el discípulo el que elige al maestro sino que es el maestro el que elige al discípulo. Ni Confucio me habría contestado con una sentencia tan sabia. Le llamé en  mi carta maestro pero la verdad es  que me olvidé de decirle cuánto pensaba pagarle por sus enseñanzas. ¿Cómo pude olvidarme de que, para instruirse gratis, hay que matricularse en la enseñanza pública, y no en la privada? Sentiré por él siempre un inmenso cariño.

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