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Agresiones verbales

Agresiones verbales

domingo 21 de noviembre de 2010, 15:26h

El lenguaje verbal nos distingue de las restantes especies animales. Los zoólogos no conocen ningún ornitorrinco que, por ejemplo, recite los versos  de Campos de Castilla de Antonio Machado.  Ni tampoco conocen ninguna hiena que llame a su pareja “puta zorra ladrona y vaga” (así, sin comas), que es como un delincuente, que ha firmado en Internet como 11m= t,   ha llamado a Isabel Rodríguez, portavoz del Gobierno de Castilla-La Mancha.

Estamos en época de setas y, en demencial emulación de la amanita phalloides, la seta venenosa por excelencia, proliferan los insultos en boca de personajes públicos que confunden la libertad de expresión con la expresión descontrolada de agresivos deseos sexuales, que  deberían reprimirse por respeto a sí mismos y, sobre todo, por respeto a los demás animales, comenzando por los animales humanos y terminando por los chacales, a los que se les hiela la sangre cuando se enteran de las barbaridades que se están diciendo y escribiendo en los medios de comunicación. Las palabras tienen el mismo peligro que las balas. Usadas con agresividad, destruyen, todos los días, la autoestima de miles de personas.

El excelente libro Cómo defenderse de los ataques verbales, de Barbara Berckhan,  nos enseña a defendernos de los insultos.  En castellano no hay conciencia lingüística de que hay personas que insultan. Por eso, a diferencia de cientos de verbos castellanos que tienen nombre de agente verbal y así de trabajar decimos trabajador y de pagar decimos pagador, y la lista de ejemplos es interminable, no hay nombre de agente verbal para el verbo insultar. Si los hablantes hispanos tuviéramos conciencia  de que insultamos y de que hay gente que nos insulta, utilizaríamos las palabras insultador e insultadora. Pero no es así.  Por ejemplo, ¿cuántos padres llaman tontos a sus hijos convencidos de que los están piropeando y sin darse cuenta de que llamar a alguien tonto es insultarle? Obviamente, es un insulto mayor llamarle a alguien animal de bellotas taradas. Para no pocas  personas el insulto quizá comienza cuando a alguien se le llama, como en el Estebanillo González, nuestra genial novela picaresca, “hijo de cien cabrones y de cien mil putas”. Y hay que insistir: si tuviéramos conciencia de que insultamos y de que nos insultan utilizaríamos los nombres de agente verbal insultador e insultadora. La lengua es el mejor termómetro de nuestra salud moral.

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