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Empleados modélicos

Empleados modélicos

sábado 02 de junio de 2007, 09:57h

Aquí no hubiese fallecido Folole Muliaga, muerta en Nueva Zelanda al cortarle por impago la electricidad del respirador que la mantenía con vida. Según sus deudos, el empleado de la compañía eléctrica fue inflexible: “Sólo soy un mandado”. Aquí no hubiese fallecido, digo, no por humanidad, sino porque casi nadie cumple una orden.

Nosotros más bien somos dados al escaqueo, a darnos de baja laboral sin motivo, a que nos firmen certificados médicos sin someternos a prueba clínica alguna, a largarnos cuando nos vienen mal dadas, como Miguel Sebastián, que ha preferido la cátedra a dar el callo en la oposición municipal de Madrid.

Sorprendentemente, los únicos que aquí se emplean a fondo son algunos miembros policiales, como los guardias civiles de Roquetas hace unos meses y, ahora, unos mossos d’esquadra en Barcelona. Y no es que cumplan, sino que se exceden hasta el delito.

A uno le siguen asombrando esos excesos autoritarios y la chulería que conllevan. También la sensación de impunidad de sus autores y la creencia de deber cumplido que los acompañan. O sea, que o nos quedamos cortos o nos pasamos. Y que lo haga gente armada resulta especialmente espeluznante. ¿Qué tipo de tests y de exámenes psicotécnicos pasan esas gentes que si se les cruzan los cables pueden pegarnos un tiro? ¿Cómo es que individuos con actitudes claramente sádicas logran superar esas pruebas?

Me inquieta, además, que sus agresiones a detenidos hayan sido filmadas de forma subrepticia. El conseller responsable, Joan Saura, ya ha dicho que se generalizará el uso de cámaras ocultas para que, conocido el hecho por los agentes, se comporten como unos angelitos con los arrestados. Pero, ¿es eso legal?, ¿resulta siquiera admisible?

De aplicarse esa práctica en otros ámbitos laborales, me temo que acabemos por descubrir que los empleados modélicos sólo existen en la literatura. Las grabaciones nos pillarían cuando echamos la cabezadita, hacemos el sudoku del periódico, entramos en las páginas porno de Internet o chateamos con los amigos. Afortunadamente, ese tipo de espionaje laboral, insisto, no es legal, con lo que podremos seguir haciendo tranquilamente lo que ahora hacemos.

Y, para justificarnos, siempre podremos argüir que, gracias a que no somos unos forofos del trabajo, de las reglas ni de las órdenes empresariales, ninguna pobre ciudadana morirá por impago del recibo eléctrico, como la vecina de Auckland, en nuestras antípodas.

Es que somos unos auténticos santos. 

     

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