Hay una cierta España que nace, indefectiblemente, de la idea de que Dios creó el mundo y, raudo, se puso a crear este supuesto país como primera realidad del mismo (posibilidad plausible, a tenor de verificar la máxima de que un primer experimento siempre es fallido) y luego creó (más perfectamente, por ende) otras naciones.
Tirando del hilo, llegamos a la historiografía que, según los mismos, por si había dudas, escuda la realidad nacional española en el matrimonio entre Ferran d'Aragó e Isabel de Castilla. Cuando los Estados nacionales -pero claro, 'España y yo somos así, señora', que dirían los epicentros de mi crítica- estaban a años luz. Sobre todo, aquellos que no nacían por inspiración divina o que generaban caudillos que, en los años venideros -y como relacionaremos-, lo eran 'por la gracia de Dios' en el día que a éste, evidentemente, le salió un chiste sin la más mínima pizca de risibilidad.
Ya siguiendo, llegamos a la apoteosis con ese imperio, de pobres, que nunca fue -en realidad, una panda de delincuentes, muertos de hambre, que salieron hacia las Américas como destripaterrones, para evitar la muerte por inanición o condena-. Y, por esas condiciones, la situación generó mucha cultura y mucha literatura (el hambre alimenta el espíritu), que no está mal, pero ninguna eficacia económica. Periféricamente, ya había quien sabía que para que los sueños se cumplieran había que trabajar y dejarse de bobas ensoñaciones. Como, por otra parte, se hacía en la Europa cuya hegemonía, cuando la tuvo, no se basaba en la desesperación sino en imperios de verdad.
Y así llegamos, por la vía rápida, a las Cortes de Cádiz de 1812, ahora sí tal vez único puntal donde se puede apoyar la creación de la España que entendemos hoy. Pero que nace con un estigma que acabará marcando el devenir de la nueva situación: el liberalismo. Consigna ésta que siempre ha repelido el alma española que, años antes, había preferido el -si se me permite- 'garrulismo' de Fernando VII a los avances ilustrados de José Bonaparte. España y liberalismo son como agua y aceite. Así que ni por esas.
Luego, todos sabemos lo que pasó: absolutismos continuados de acuerdo con el ADN y algún período de pequeña -y mal administrada, también sea dicho- libertad. Con, sobre todo, el del mal chiste de antes muriendo en la cama.
Hoy, todo eso ha quedado aquí, enquistado, quizás por la antítesis, epidérmica, de los dos conceptos del final escrito hace dos párrafos. Por ello, tal vez sea aventurado pensar que se ha superado la Transición. Y de ello, políticamente, tienen la culpa quienes, política y mediáticamente, son incapaces de renunciar explícitamente al franquismo y sólo responden con evasivas cómplices, del tipo "eso ya pasó hace mucho tiempo", cuando se les pregunta -en la verdadera Europa, en Italia, Fini habla abiertamente de Mussolini, y Alemania veta penal y activamente cualquier apoyo al nazismo-. Quizás otros, también es verdad, deban cargar con su parte del muerto al no reconocer los asesinatos desde su posición izquierdista. Pero, seamos ecuánimes, bajo sus nefastos gobiernos de antes de Franco no hubo ningún régimen ilegal. Pequeña diferencia, pues.
Bueno, pues, con todo este paquete llegamos al hoy en día. Y es así como se ha creado un monstruo político-mediático que debe ser combatido necesariamente. Un perfil que exige el posicionamiento acrítico en sus postulados porque su ideología debe conducir a la exaltación del pensamiento único por irreflexión: la idea de una España inflexible (de destino en lo universal) y, sobre todo, con una mentalidad incontrovertible que debe prevalecer "aunque nos saltemos los preceptos racionales en cualquier aspecto", parecen decir: y, por cierto, en política y en futbol, para dejar claro por dónde vamos.
Eso sí, por esa misma razón, todos estos movimientos tienen una extraña tendencia a incluir en sus particularidades términos como 'libertad', 'liberalismo' u otros parecidos... Siendo, como son, la antítesis de sus significados. Esa es la España que debe cambiar para acogerse a un espíritu más verdaderamente democrático.
Y, por cierto fijarse en la abertura de mente catalana -también a veces, con sus demagogias, cierto: pero, como mínimo, en este caso, cuando se dan se intentan razonar. No son del estilo "porque lo digo yo y basta"-, europea y occidental, en estos cometidos. O, si buscan un ejemplo más cercano, en la pluralidad del Grupo Diariocrítico. Así de claro. Y en este caso, en un ambiente hostil, lo cual todavía tiene más mérito.