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Defensa de los niños

martes 21 de diciembre de 2010, 08:12h
    Ayer se inició la desarticulación de una trama delictiva que traficaba con pornografía infantil, abusos sexuales a menores, material informático de condición obscena y relacionado con niños. La operación policial, aún abierta, se desarrolla en Cataluña, Aragón, Galicia, Madrid, Andalucía y Valencia, y se sospecha que hay ramificaciones internacionales, especialmente en países de Iberoamérica.

    El medio a través del que se cometían y difundían estos delitos es Internet, la red global por cuyo cauce todopoderoso pueden discurrir las luces y las sombras, la educación y la brutalidad, la fraternidad universal y la semilla del mal. Los expertos señalan que, en esa red de redes, se puede luchar contra los contenidos racistas o terroristas, pero que la protección a la dignidad de los menores no está garantizada.

    Se avecinan días navideños, en que los niños tienen un especial protagonismo, mientras, un año más, maldecimos la brutalidad de Herodes y su cuadrilla. Y resulta humillante, para la sociedad, reconocer que los niños, que llevan en sí mismos las claves del futuro, puedan ser víctimas de la perversidad de una minoría de individuos que trafican con la inocencia y que encuentran obscenos objetos de deseo en la infancia.

    Contra esta lacra, amigos, no caben medias tintas. No se puede ensuciar la inocencia con argumentos hipócritas, ni se puede empañar el futuro de unos seres indefensos con la maldad de unos sinvergüenzas. Y, como sucede en la violencia machista, en esta otra violencia sexual ejercida contra los menores no se puede mirar hacia otro lado.

     La salud moral de una sociedad -en este caso de la sociedad española- se mide por el trato que se da a los ancianos y a los niños. A los viejos se les arrancan los 426 euros de la pensión desesperada, y con algunos niños el comportamiento de un grupo de malhechores es indigno del reino animal.

    A por ellos, a por esos malhechores, todos unidos, que Internet nació para que un niño de Biafra pueda leer a Homero o a Cervantes en la pantalla de su ordenador, y no para que sea objeto de abusos que harían sonrojarse a las alimañas. Aquí -insistimos- no caben medias tintas ni interpretaciones piadosas sobre la debilidad de la condición humana, sino actitudes radicales para que esa maldad no se produzca nunca más. Nunca más.



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