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Democracia digital

Democracia digital

viernes 07 de enero de 2011, 20:53h

Es curioso que haya tenido que ser precisamente Felipe González quien haya tenido que poner el dedo en la llaga sobre la (¿falta de?) democracia interna en los partidos políticos, y más concretamente, en este caso, en el Partido Socialista que Guerra y él, con la inestimable ayuda de la ya desaparecida Carmen García Bloise, gobernaron con auténtica mano de hierro. Sin duda, y dicho sea sin acritud, González sabe mucho de estas cuestiones.

Dice González, a quien últimamente le gusta mucho enredar, que la "la libertad de una persona que ejerce el liderato sólo es plena con el límite de la responsabilidad para decir que no es candidato". Es decir, que uno -Zapatero, en este caso- "tiene libertad para decir no y para decir sí con todas las consecuencias", pero que su continuidad depende de "un colectivo humano democrático que decida". Parece de Perogrullo, pero no es tal. Si lo pensamos fríamente y lo llevamos a sus últimas consecuencia es de un profundísimo calado político.

Veamos. En un partido con unas estructuras internas plenamente democráticas, sin los usos y abusos de subterfugios de todos conocidos que puede utilizar el aparato, la elección puede resultar meridianamente clara: los militantes se expresan de forma auténticamente libre, sin ataduras, con lo que podríamos llamar democracia plena.
Pero los aparatos tienen tendencia a mantenerse a sí mismos y fórmulas existen para, sin salirse de las normas estatutarias, que para eso fueron aprobadas previamente ad hoc, ejercer un control férreo sobre el resultado final, pongamos, de un Congreso.

González lo sabe muy bien, porque ese poder lo ejerció él mismo después de laminar en Suresnes a toda la 'vieja guardia' de Rodolfo LLopis. Y lo ejerció aún más luego, con Alfonso Guerra como su número dos -Pablo Castellano acuñaría para él el título de 'Alfonso Beria', en recuerdo de aquel reconocido stalinista soviético-, con el brazo ejecutor de García Bloise como martillo pilón contra herejes y descontentos.

Aún más; con su salida del Gobierno en 1996, forzado, naturalmente, por las urnas, fue su dedo digital quien, en definitiva, nombró a su sucesor -Almunia- y, aunque éste perdió democráticamente en primarias ante Josep Borrell para encabezar el cartel electoral, medios hay, y no limpios, para desembarazarse de granos incómodos. Borrell no fue finalmente el candidato y tal es la cosa que Almunia sólo dejó el poder socialista cuando el resultado en las generales del año 2000 fue tan desastroso que era imposible su continuidad como secretario general.

Ahora, el partido es jugado por otros, pero las reglas son básicamente las mismas. No es casualidad que Pepe Blanco sea el vicesecretario general -lo que era Guerra-, aunque no cuenta en Organización con una García Bloise como la que hubo, ya que Leire Pajín no dio el tipo y lo de Marcelino Iglesias está aún por ver. Pero que el aparato socialista controla todos los resortes, es algo obvio y es a lo que González, que de esto sabe mucho, se ha referido en sus declaraciones poco enigmáticas en la tribuna andaluza del Forum Nueva Economía. Es decir, que Zapatero sólo seguirá si democráticamente lo quiere el partido; ahora bien, en la posible continuidad de Zapatero se verá también el nivel de democracia interna.

Probablemente, haya diversos métodos para cortar las alas al control férreo de los partidos por sus aparatos, pero hay uno que seguro que no falla: listas abiertas en vez de cerradas y bloqueadas. Ahí veríamos, por ejemplo, cuántos electores votan a Zapatero y cuántos votos obtiene en conjunto el Partido Socialista, pongamos por ejemplo. Es decir, los apoyos personales que cada uno cosecha en las urnas. ¿Por qué nadie quiere abrir este melón?

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