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Modas infamesNadie escucha a nadie

lunes 31 de enero de 2011, 08:26h
Cada miércoles, en la  jornada de control parlamentario, los españoles asistimos  boquiabiertos  a   espectáculos  políticos nada edificantes que más parecen  monólogos  encadenados y consecutivos  que   diálogos  de  líderes  de  partidos adversarios. En buena lógica, a una pregunta  debiera sucederle una respuesta sobre el tema   suscitado. A  la respuesta, debiera  sucederle una réplica  ahilada con  el argumento  que la respuesta  hubiera traído a colación. Pero, lejos  de esa  “lógica” parlamentaria , la triste realidad     es que   nuestros  representantes acuden  al Congreso y al Senado  cargados con    sus discursos, preñados  de  datos, argumentos -en el mejor de los casos- y  acusaciones  o exculpaciones   ya prefijados  y elaborados fuera del Parlamento que no tienen en cuenta para nada  las  razones   apuntadas allí por  el  adversario político. Y esto  vale tanto para  gobierno como para oposición.

Extramuros  del Parlamento -en los medios,   en  la calle-, no pasa  nada  muy distinto. En las tertulias, ya sean   mediáticas  o  privadas, formales o improvisadas, la dinámica es  muy similar: el  que toma la palabra  no  parte de lo afirmado por su   antecesor  y, a poco que se descuide, un tercer  participante   se meterá  en   medio  de los dos primeros para contar su asunto  propio, al margen de que los demás interlocutores atiendan  o no  a su  argumento. Este es también el  triste, cotidiano   y desolador espectáculo al que  todos asistimos    tanto  como  sujetos pacientes   como  protagonistas.


Autistas

¿Es que, de verdad, nadie  escucha a los demás?  ¿Es que  la nuestra es una sociedad de autistas? Con  todo el dolor  del corazón, mucho me temo  que cada vez  lo está siendo más. La relación interpersonal  directa, el tú a tú, el cara a cara, está dejando  cada vez  más paso a la relación  vía telemática. Y es que  tengo para mí que cada vez nos molesta más  la  respiración, la  desazón, las preocupaciones, el  dolor, el sudor, la inquietud y hasta el olor  de nuestros  semejantes. Todo eso, con un ordenador  por medio, se  tamiza, se filtra y  se diluye  hasta  el extremo  de disiparse. Y, en el peor de los casos, se le da al  escape  o al comando de borrar  y, ¡zás!, ¡asunto pasado! Vamos con el siguiente…
 
No es que no nos interese nada lo de los demás. Nos interesa, sí, pero sólo hasta un punto. Oírlos, ¡vaya!  Escucharlos, no tanto.  Solo cuando  se presta atención a lo que se oye, es cuando  realmente se escucha. Sin esa atención necesaria, la escucha  se queda  en  simple audición. Por eso, digo que   hoy, en el fondo, nadie escucha a nadie.
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