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Tsunami árabe

Tsunami árabe

miércoles 02 de febrero de 2011, 17:32h

Los egipcios no descansarán hasta derrumbarles y bien haría el ejército en entenderlo

Jamás imaginaron los expertos que la súbita decisión de un joven vendedor de comida iba a desatar un tsunami como el que hoy se extiende por el mundo árabe. En efecto, el acto de cometer suicidio bien podría haber pasado desapercibido: una tragedia más donde se agolpan tantas cada día; salvo que este joven decidió que su acto fuese espectacular. Optó por inmolarse y hacerlo a los ojos de todos. Como el que efectuara hace 50 años un monje budista en las calles de Saigón.

Lo que desatara aquella inmolación ya forma parte de la agitada historia de los inicios de este siglo XXI. Los tunecinos, en silencio forzado desde hacía más de dos décadas, tragándose su hambre y su inextinguible frustración, saltaron a la calle de la que ya no han querido salir. Con ello han iniciado una repetición de lo que fuera 1989, cuando la combinación de la aparición de Solidaridad en Polonia con las acciones en cascada que iniciara Gorbachov en la propia Rusia, produjeron el desplome del sistema comunista mundial, de lo que solo quedan las ruinas cubanas y norcoreanas.

¿Qué había en el país más pequeño del norte de África que produjo este tsunami al que no se le ve fin? Una severa crisis económica a la cual no se le prestó otra atención que la de garantizar que de ningún modo saltara a la política, que es lo que en efecto logró.

Y para impedir que saltara a la política la receta escogida no fue otra que la instalación, per saecula saeculorum, de una autocracia sin fisura, una que no diera respiro a la población ni tolerase, en modo alguno, la aparición de oposición de ningún tipo. Las consecuencias de algo tan aceptado desde entonces hoy muestran lo que producirían.

Esa autocracia -un modelo que se hizo crónico por todo el mundo árabe- habría, por fuerza, de ser muy represiva y se esmeraría en lograr la complicidad de una élite militar, voraz y corrompida, que haría de su eternización condición fundamental de su disfrute sin fin. Ya le llegó la hora, como cabía esperar.

Pero estos comienzos de siglo han traído un dilema ineludible para estas autocracias represivas: necesitan desesperadamente de las nuevas tecnologías de la comunicación, sin las cuales no pueden conectarse al mundo de la economía moderna, pero una vez que ellas se han generalizado, se tornan incontrolables. La sublevación en las calles de Túnez -y sus razones- en segundos se conocería entre sus vecinos.

Rápido se hizo presente otra hija favorita de esa tecnología: los canales de televisión árabes que tienen el inmenso poder de "hacer vivir" a cada hogar árabe lo que está pasando entre sus hermanos, y así lograr que compartan situaciones, experiencias y emociones. En el caso que nos ocupa lograron algo muy importante: la emoción del "hasta aquí", del "está bueno ya", que hoy recorre los callejones de pueblos y ciudades árabes.

De inmediato salieron a las calles yemeníes y jordanos gritando sus reivindicaciones por largo tiempo silenciadas, mientras las redes sociales cocinaban por los rincones de Egipto la mayor convocatoria a reeditar la proeza tunecina: mensajitos, Facebook y Twitter regaban la voz como un reguero de pólvora: todos eran convocados a concentrarse para manifestar su ira.

Y comenzó el desmadre. Miles y miles de egipcios, jóvenes abrumadoramente, de todos los niveles, salieron a las calles. Y al verse numerosos se atrevieron a gritar su ira. La longeva dictadura -los 30 años que Mubarak añadió a los de sus antecesores- de inmediato inundó a El Cairo de lo más avanzado de la tecnología de la represión.

Las masas, sin embargo, tenían dos armas muy poderosas: su obstinada determinación y lo gigantesco de una ciudad de más de 18 millones. Ante eso, como se ha visto, no hay policía que pueda salir airosa de su cometido. Con la velocidad de un imparable tsunami, Alejandría, Suez y otras ciudades se unirían al mar de protestas.

A estas alturas -escribo el domingo por la noche- no es posible vaticinar cuánto tiempo aguantará Mubarak antes de caer, aunque lo seguro es que no hay modo de sostenerlo ni a él ni a su pandilla. Los egipcios no descansarán hasta derrumbarles y bien haría el ejército en entenderlo; y el gobierno norteamericano en confiar en la capacidad de la sociedad egipcia de no dejarse arrebatar esta conquista de su libertad.

La energía desatada hoy en Egipto -y mañana quién sabe- en qué país árabe no quiere retrotraerse al pasado. No demos pié a la profecía autocumplida de nuestros temores. Ni Egipto es el Irán del Sha, ni la Guerra Fría existe ya.

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