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Aprender alemán

viernes 25 de febrero de 2011, 08:02h
     Sólo uno de cada diez españoles está dispuesto a ascender en su empresa. Frente a lo que fue, años atrás, la euforia del opositor, que quería llegar a jefe, o la ambición del “último de la fila” que aspiraba a mandar... hoy nos encontramos con que los españoles de la empresa privada o pública aspiran a permanecer inmóviles como en el refrán: “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Sólo uno de cada diez  españoles, según la encuesta del instituto “Ranstadt”, está dispuesto a pasar de currante de negociado a jefe de ese mismo negociado.  Los expertos atribuyen esta actitud responde a dos motivos: la subida de sueldo si escalas un puesto en el escalafón es ridícula, y se valora más el tiempo libre para la familia que un paso hacia arriba en el organigrama de la oficina siniestra.

    Y, mientras esto sucede, la pereza del español sentado en su poltrona o en su ventanilla, inmóvil, resignado y aburrido, los cursos de alemán en las academias de idiomas están colapsados. La demanda se ha multiplicado tras la mera insinuación del gobierno de Angela Merkel de que los titulados universitarios españoles serían bien recibidos en Alemania, y allí podrían ganar hasta cuatro veces más de lo que se les ofrece en España a ingenieros, médicos, informáticos, etcétera.

    Esta apasionante asignatura que se llama España, y que se estudia mayormente en la Universidad de la calle, es cada día más complicada. Se ha roto el mito del esforzado que asciende a pulso en el escalafón de su oficina. Ganar la cumbre profesional por méritos es, para muchos, una vulgaridad. La maldita/bendita burocracia está en horas bajas. Ahora nombran a dedo al jefe, que es de tal o cual partido político, y los currantes se quedan a dos velas. A veces el carnet partidista es una llave que abre más puertas que décadas de entrega en la oficina o en el camión o con la manga de riego del bombero.

    Por lo demás, las academias de alemán se colapsan porque vivimos en un mundo global, pero también porque en España, si hacemos las cuentas, si nos atenemos al guión de los prejuicios oficiales, ni Miguel de Cervantes obtendría una plaza de profesor de literatura. Siempre se marcharon los mejores, incluido Severo Ochoa, y ahora ocurre que hablar alemán es un pasaporte.

   En fin,  soñemos con que un día los españolitos quieran ser jefes de sí mismos, y en que los universitarios alemanes aprendan español, y sepan que España es mucho más que cerveza, sol y siesta.

 

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